jueves, 27 de noviembre de 2008

LA VERDADERA HISTORIA DE LOS MOSQUETEROS Y LOS GUARDIAS DEL CARDENAL

Dumas toma este fragmento del libro de Sandras “Memorias de D’Artagnan” y lo reformula, ya que en Los Tres Mosqueteros, D’Artagnan se iba a batir con Athos, Porthos y Aramis y en ese momento llegan los guardias del cardenal, produciéndose un enfrentamiento entre estos y los mosqueteros más D’Artagnan.Aquí (en el original), la cosa cambia un poco, ya que el duelo entre guardias y mosqueteros ya estaba pactado, pero estos últimos (mas precisamente Porthos) incluye a D’Artagnan entre su grupo, lo que obliga a los guardias a buscar otro duelista para enfrentarlo y quedar cuatro contra cuatro.Otro dato es que en Sandras, los tres mosqueteros son hermanos, no así en Dumas.
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Tomándole la palabra, creí que iríamos a desenvainar no bien estuviésemos en la calle, cuando me dijo que le siguiera a nueve o diez pasos, sin acercarme; no supe lo que ello significaba, pero pensando que dentro de poco saldría de dudas tuve paciencia. Descendió por la calle de Vaugirard hacia la de Carmes Déchaux, frente al hotel d’Aiguillon donde encontró a un tal Jussac que estaba en el umbral de la puerta, y estuvieron más de un cuarto de hora conversando. Este Jussac es el mismo que posteriormente vimos pertenecer M. de Vendôme y al duque de Maine[1]. Creí al ver los abrazos con que se colmaban que eran los mejores amigos del mundo, y sólo me desengañé cuando Porthos dio vuelta la cabeza para ver si lo había seguido. En lugar de continuar con los cumplidos, observé que ahora Jussac le hablaba acaloradamente y como persona muy descontenta. Porthos le contestó con el mismo tono, y vi que me señalaba.Al fin Porthos me alcanzó y me dijo que acababa de sostener una discusión en mi obsequio, que debían batirse dentro de una hora, tres contra tres en el Pré-aux-Clercs, al extremo del arrabal de Saint-Germain, y que habiendo resuelto, sin consultarme, incluirme en la partida, acababa de pedir a este hombre que buscara un cuarto compañero para enfrentarme con él, que el otro le había respondido que no sabía donde encontrar uno a esa hora y que tal había sido el motivo de la discusión que sostuvieron. Me enteró por fin que ese hombre se llamaba Jussac, que era el jefe con quien su hermano mayor había tenido la discusión; uno sostenía que los mosqueteros batirían a los guardias del cardenal cada vez que se enfrentasen, y naturalmente el otro había sostenido lo contrario[2].Le agradecí lo mejor que pude, diciéndole que habiendo partido hacia París para ponerme a las ordenes de M. de Tréville, me causaba un real placer al escogerme entre sus compañeros para sostener una querella en defensa del honor de su compañía; no podía pedir nada mejor para mi estreno, y que trataría de no defraudar la buena opinión que se había formado de mi valor. Conversando de tal suerte, marchábamos hasta la calle de la Université, al cabo de la cual se hallaba el lugar donde debía realizarse nuestro combate.Encontramos allí a Athos con su hermano Aramis, los que no supieron que pensar cuando me vieron en su compañía. Lo llevaron a un lado para interrogarlo: a su respuesta de que no había encontrado mejor manera para sacarme de encima el compromiso que yo le había suscitado, le replicaron que había hecho muy mal, que yo era todavía un chiquillo y que Jussac sacaría buen provecho de ello, que enfrentaría con algún contrario que pronto me habría liquidado y cayendo después sobre ellos no serían más que tres contra cuatro, lo que sólo podía terminar con una desgracia[3].Grande habría sido mi enojo si hubiera sabido cuanto decían de mí. Sin embargo, como ya no había nada que hacer, se creyeron obligados a poner al mal tiempo buena cara, y me dirigieron un cumplido muy florido que seguramente no pasaba de las gargantas.Jussac había tomado por segundos a Biscarat y Cahusac que eran hechuras del cardenal y hermanos entre sí[4]. Ya habían recorrido cinco o seis lugares sin encontrar un cuarto, cuando encontraron a un capitán del regimiento de Navarra, que era uno de los amigos de Biscarat. Se llamaba Bernajoux y era un gentilhombre de condición del condado de Foix[5]. Se consideró honrado de que Biscarat hubiera recurrido a él para tal servicio. Subieron los cuatro en la carroza de Jussac, descendiendo a la entrada del Pré-aux-Clercs, como si hubieran tenido el propósito de pasear. Avanzamos hacia el lado de la isla Maquerelle, a fin de alejarnos más de los presentes. Llegamos así a un pequeño fondo, desde donde no se veía a nadie, y los esperamos a pié firme[6].No tardaron en alcanzarnos; Bernajoux que tenía un grueso bigote como se usaba entonces, viendo que Jussac, Cahusac y Biscarat elegían a los tres hermanos, mientras que no le dejaban nada más que a mí para divertirse, preguntó si se mofaban de él.Me sentí herido por esas palabras. Le respondí que las criaturas de mi edad sabían por lo menos tanto como aquellos que los despreciaban, y desenvainé mi espada para unir el efecto a las palabras. Vióse obligado a tirar de la suya. Me dirigió varios golpes bastante vigorosos. Los pude parar con mucha felicidad, y, por debajo del brazo le di una estocada que lo atravesó de lado a lado. Cayó. Fui a él con el propósito de prestarle ayuda, si aún era tiempo, cuando vi que me presentaba la punta de su espada, pensando sin duda, que yo sería bastante ingenuo como para ensartarme solo. De ello deducí (sic) que estaba todavía en condiciones de ser auxiliado. Cristianamente educado, yo sabía que lo más terrible que podía acontecerle sería la pérdida de su alma, por lo cual, desde cierta distancia, le grité que pensara en Dios y que no iba hacia él para arrancar los restos de su vida, sino más bien para salvar lo que de ella le quedara. Me respondió que, ya que hablaba tan juiciosamente, no tenía inconveniente en rendir su espada, y que me rogaba vendar su herida, cortando la parte delantera de su camisa. Arrojó su espada a cuatro pasos, y yo corté su camisa con unas tijeras que saqué de mi bolsillo, haciéndole una compresa.Ese tiempo que había empleado más bien que perdido, puesto que se trataba de una buena obra, casi cuesta la vida a Athos y tal vez de sus dos hermanos; Jussac le había asestado una estocada en un brazo, y sólo trababa de colocarle la punta de la espada en el vientre, cuando me apercibí del peligro en que estaba. Corrí hacia él; y habiendo gritado a Jussac de volverse ya que no me podía resolver a atacarlo de espaldas, se encontró con que debía sostener otro combate, cuando creía haber terminado el suyo. Athos, liberado del peligro que le amenazaba, no era hombre de quedarse con los brazos cruzados. Entonces Jussac se vio obligado a pedir gracia, él que la quería hacer pedir a los demás; y habiendo rendido su espada a Athos, a quien cedí tal honor que bien podía atribuirme, fuimos él y yo, hacia Porthos y Aramis para ayudarles a conseguir la victoria sobre sus enemigos. Efectivamente, éstos no pudieron resistir, siendo dos contra cuatro. Terminando el combate de esta manera, fuimos todos hacia Bernajoux, que se había recostado sobre el suelo, víctima de un vahído. Como yo fuera más ágil que los demás, corrí a buscar la carroza de Jussac, donde le colocamos. Se le condujo a su alojamiento, y debió guardar cama durante seis semanas antes de curar. Más tarde nos tornamos muy amigos y cuando fui sub-teniente de los mosqueteros, me mandó uno de sus hermanos para que lo alistara en la compañía.El rey supo de nuestro combate y temimos que nos ocurriera algo a causa de los edictos; pero Tréville le dio a entender que nos habíamos encontrado fortuitamente el Pré-aux-Clercs, sin la menor sospecha de lo que ocurriría; que Athos, Porthos y Aramis no habían podido escuchar impasibles, elogios hacia la compañía de los guardias de Richelieu en perjuicio de la de los mosqueteros y que se habían indignado; que ello había traído un cambio de palabras y que de las palabras se había pasado a los hechos, por lo que se podía considerar esa acción como un encuentro y no como un duelo; que sin duda el cardenal quedaría muy mortificado, él que estimaba a Cahusac y Biscarat como prodigios de valor; que por otra parte, éstos siempre tomaban el partido del cardenal con razón o sin ella, pues hacían más caso del ministro que del amo.

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Espero sea de su agrado y que tenga lindos comentarios.

[1] Conde Claude de Jussac, nacido aproximadamente en 1620. Fue gobernador del duque de Vendôme; luego primer gentilhombre de cámara del duque de Maine. Murió el 8 de julio de 1690 en la batalla de Fleurus, con más de 70 años de edad. Existe sobre su muerte una carta de Mme. de Sévigné del 12 de julio de 1690.
[2] El R. P. Daniel, en su “Historia de la Milicia Francesa”, París, 1719: “La compañía de los mosqueteros era hermosa; tenia también una compañía de guardias, compuesta de muy brava gente. Entre ambas compañías existía una emulación que llegaba a los celos, de manera tal que con demasiada frecuencia estallaban refriegas entre los mosqueteros del rey y los guardias del cardenal, y el cardenal se regocijaba cuando los mosqueteros habían llevado la peor parte. Como los duelos estaban prohibidos, los de los mosqueteros con los guardias del cardenal fácilmente se hacían pasar por encuentros” (citado por Jaugain, op cit, 192).
[3] Se batían, varios contra varios. Cuando uno de los duelistas lograba eliminar a su contrario, por derecho, se juntaba con los de su bando contra los adversarios disminuidos, por lo cual la primera victoria generalmente ponía pronto fin al encuentro general.
[4] Cahusac es bastante oscuro. Su hermano Jacques de Biscarat es más conocido. Bussy-Rabutin pondera su temeridad; Tayllement des Meaux comenta su nombradía. Fue teniente en la caballería ligera del cardenal y más tarde gobernador de Charleville. Uno de sus hijos fue obispo de Lodève y después de Béziers.
[5] Bernajoux o Vernajoul, quien más tarde se hizo muy amigo de d’Artagnan. Dumas conservó los cuatro personajes: Jussac, Cahusac, Biscarat y Bernajoux.[6] Ese feo nombre de la Ile Maquerelle ha sido reemplazado por el más bello de la Ile du Cygnes. Existían entonces el pequeño Pré-aux-Clercs y el gran Pré-aux-Clrercs, que se extendía mucho al oeste, hasta Grenelle.












10 comentarios:

Rosy dijo...

muy bueno tu post , un poco largo , pero se ve que disfrutas de escribir y redactas muy bien

Gracias por vistar mi humilde espacio!!

Buen fin de semana

Dra. Kleine dijo...

Hola, gracias por tu visita! muy amable! y si, siempre soy yo.

Saluditos.

Muy lindo tu blog!

Karlita dijo...

Super interesante tu post....

saludos!!!

Anónimo dijo...

Sr. Profesor
Este artículo es bastante interesante y valla que es muy diferente al que nos redactó Dumas(diferente en estructura, no en escencia). Sería muy ilustrativo poder leer todo el manuscrito del Sandras (creo que se llama así)¿Ud. tendrá esos documentos? si así fuere informelo. Un saludo
Atte: Lizette

Dubois dijo...

Lizette, bienvenida al blog!!!, faltabas tu nomas. Te enviaré el libro completo digitalizado a tu correo.
Besos

Dra. Kleine dijo...

Duda...
y tarea...

Hay mujeres que se hayan batido en duelo???

Dubois dijo...

Estimada doctora, le adelanto que si. Ya publicaré algo

Barbara Sinatra dijo...

Sencillamente me encanta!
Espero con ansias lo de las "Duelistas"

Te mando saludos desde estas frías tierras XD

Dubois dijo...

Barbara, estoy terminando de corregir, pero pronto estarán las duelistas en el post. Lo prometo.
Gracias por tu visita

... dijo...

A., del texto de los mosqueteros, me atrajo la idea de que un contrincante, hiere con su espada y luego corre en auxilio de su opositor. Eso se me hace un acto de valor más grande que el mismo duelo:

"y desenvainé mi espada para unir el efecto a las palabras. Vióse obligado a tirar de la suya. Me dirigió varios golpes bastante vigorosos. Los pude parar con mucha felicidad, y, por debajo del brazo le di una estocada que lo atravesó de lado a lado. Cayó. Fui a él con el propósito de prestarle ayuda, si aún era tiempo, cuando vi que me presentaba la punta de su espada, pensando sin duda, que yo sería bastante ingenuo como para ensartarme solo. De ello deduje que estaba todavía en condiciones de ser auxiliado. Cristianamente educado, yo sabía que lo más terrible que podía acontecerle sería la pérdida de su alma, por lo cual, desde cierta distancia, le grité que pensara en Dios y que no iba hacia él para arrancar los restos de su vida, sino más bien para salvar lo que de ella le quedara".