viernes, 30 de abril de 2010

LA HIJA DEL CAPITAN. Parte 2


Les dejo la continuación del capítulo El Duelo, de La Hija del Capitan, de Puskin. Avanzando así de a poco se va creando un poco de suspenso.

A pesar de las predicciones, los bashkiros no molestaban y la paz reinaba en toda la región. Pero una súbita discordia familiar vino a interrumpirla.

Ya he dicho que me gustaba la literatura. Mis ejercicios para aquel tiempo eran ya estimables, y algunos años más tarde hubo de alabármelos mucho Alexandr Petróvich Sumarókov. Un día se me ocurrió escribir una cancioncilla, de la que quedé muy satisfecho. Es sabido que los autores suelen buscar, con el pretexto de pedir consejo, la aprobación de los oyentes. Así, una vez escrita mi cancioncilla, se la llevé a Shvbrin, que era el único en toda la fortaleza capaz de apreciar una composición poética. Tras un breve preámbulo saqué del bolsillo mi cuaderno y le leí las siguientes estrofas:

En vano me empeño / en olvidar su hermosura / ¡Ay! Cómo me esfuerzo / en recobrar mi libertad. / Sus hermosos ojos / me miran con fijeza / afligiendo mi alma, / turbando mi paz. / Cuando sepas mi desdicha, / Oh Masha, apiádate de mí, / por fin al cruel tormento / de estar prendado de ti.

- ¿Qué te parecen? – pregunté a Shvabrin, esperando su elogio, como si fueran un tributo que me debía. Con gran disgusto mío, Shvabrin, que de costumbre era indulgente, declaró resueltamente que mi canción no valía un comino.

- ¿Por qué? – exclamé, disimulando mi desilusión.

- Porque esos versos – contestó – son dignos de mi maestro, Vasili Kirílich Trediakovski, y me recuerdan mucho a sus coplas amorosas.

Y entonces cogió mi cuaderno y empezó a analizar despiadadamente cada verso y cada palabra, burlándose de mí de la manera más mordaz. No pude resistirlo, le arrebaté el cuaderno de las manos y le dije que jamás volvería a enseñarle mis escritos. También de esta amenaza mía se burló Shvabrin.

- Ya veremos – dijo – si eres capaz de cumplir con tu palabra; los poetas necesitan oyentes, como necesita Iván Kusmich una garrafa de vodka antes de la comida. ¿Y quién es esa Masha a la que declaras tu tierna pasión y tu infortunio amoroso¿ ¿Es quizás María Ivánovna?

- A ti que te importa – dije frunciendo el ceño – quién sea esa Masha. Además no necesito tu opinión, ni tus conjeturas.

- ¡Vaya! ¡Cuánto amor propio tiene el poeta y cuán modesto es el enamorado! – prosiguió Shvabrin, irritándome cada vez más -. Escucha, sin embargo, un consejo de amigo: si quieres tener éxito, te aconsejo que no le vayas con cancioncillas.

- ¿Qué quieres decir con eso? Haz el favor de explicarte.

- Con mucho gusto. Quiero decir que si deseas que Masha Ivánovna vaya a tu casa al atardecer, en lugar de versitos enternecedores, es mejor que le regales un par de pendientes.

- ¿Y por qué tienes esa opinión de ella? – pregunté, conteniendo a duras penas mi indignación.

- Pues porque conozco por experiencia – contestó con una sonrisa diabólica – sus inclinaciones y costumbres.

- ¡Mientes, miserable! – grité enloquecido -. ¡Mientes de la manera más desvergonzada!

Shvabrin mudó su expresión y, apretándome un brazo me dijo:

- Esto no te lo consiento, tendrás que darme una satisfacción.

- Cuando quieras estoy a tu disposición – contesté con cierta alegría.

En aquel momento estaba dispuesto a destrozarle.

martes, 27 de abril de 2010

MI IMAGEN 10


Lady Darcy desde su blog “Los hombres de Jane Austen” me ha invitado a participar en este juego. Consiste en elegir una imagen que tenga un valor sentimental o artístico para mí, o mi imagen favorita de las publicadas en el blog, o la que haya incluido en la entrada 10. Me he decidido por la primera opción y creo que es como un ícono de este blog, una escena de la película Los Duelistas, de Ridley Scott.

Paso el testigo para este juego a:
- Ellas en la Historia
- Redefiniendo Límites
-Sirenita de Galicia
- Moda capital
-Guantes Largos

Saldos a todas!!!

domingo, 25 de abril de 2010

LA HIJA DEL CAPITAN de Puskin. Parte 1


Esta es la primera parte del capítulo 4 El Duelo, de la novela del escritor ruso Alexander Puskin, muerto también en duelo con un amante de su esposa.
El capítulo si bien no es muy largo, tampoco quise tipearlo en su totalidad, así que lo dividí en varios fragmentos y e aquí la primera parte, Dios mediante, en los próximos días iré subiendo los fragmentos siguientes.

Pasaron algunas semanas y mi vida en la fortaleza de Belogórskaya se volvió, no sólo soportable, sino hasta agradable. En casa de la mujer del comandante me recibían como si fuera de la familia. Tanto ella como su marido eran gente muy respetable. Iván Kusmich, que alcanzó el grado de oficial saliendo de entre las filas, era un hombre inculto pero bueno y muy honrado. Su mujer le manejaba a su antojo, cosa que se avenía muy bien con el carácter despreocupado del marido. Vasilia Yegoróvna se ocupaba también de los asuntos del servicio como si se tratara del hogar y gobernaba la fortaleza con idéntica minuciosidad que su propia casa. María Ivánovna dejó de evitarme, nos hicimos amigos y encontré en ella una muchacha juiciosa y sensible. Sin darme cuenta me encariñé con aquella simpática familia, y hasta con el tuerto Iván Ignátich, que según Shvabrin mantenía relaciones… íntimas con Vasilia Yegórovna, cosa que no tenía el menor fundamento, pero esto a Shvabrin no le preocupaba.

Me nombraron oficial. El servicio no me abrumaba, porque en aquella fortaleza, que estaba bajo la protección de Dios, no se hacía instrucción, ni guardias, ni se pasaban revistas. El comandante, por propia afición, instruía alguna vez a los soldados, pero todavía no había logrado que aprendieran todos qué era la derecha y qué izquierda. Shvabrin tenía algunos libros franceses. Empecé a leerlos y despertó en mí el gusto por la literatura. Por la mañana leía, me ejercitaba en la traducción, y hasta alguna que otra vez componía versos; solía comer casi siempre en casa del comandante, en la que, de ordinario, pasaba el resto del día, y en donde, llegada la noche, solía aparecer ciertas tardes el padre Guerásim con su esposa, Azulina Pamfílovna, que era la más chismosa de toda la región. A Alexéi Ivánich Shvabrin, como es natural, lo veía todos los días, pero su conversación se me hacía cada vez más desagradable. Sus habituales bromas a costa de la familia del comandante no me gustaban nada, y sobre todos ciertos comentarios acerca de María Ivánovna. Esa era toda la sociedad de la fortaleza, pero yo tampoco deseaba otra.

domingo, 11 de abril de 2010

RANKING


En todo este tiempo subiendo post muchos han pasado, se han interesado y han dejado sus opiniones. Se me ocurrió hacer un ranking de cuales fueron los post mas comentados y existe un empate en el primer puesto entre el que relataba un fragmento de la novela El Hugonote, de Prospero Merimé, donde dos caballeros, Comingies y Mergy, se baten a causa de la condesa Diana de Turgis. Curiosamente, este es el único duelo posteado que termina trágicamente. El otro post es de los inicios del blog, donde propuse una encuesta.
Esta es la tabla general.

La condesa Diana y el duelo entre su amante Comingies y Mergy 14 comentarios

Encuesta 14 comentarios

Acta del duelo entre el infante don Enrique y el duque de Montpensier 13 comentarios

El golpe de Jarnac 12 comentarios

Los duelos en la Francia del siglo XVII 12 comentarios

Video de la películas "Los Duelistas" de Ridley Scott 10 comentarios

Vandreuil se bate con Rheincy 9 comentarios

Duelo entre mujeres. Parte 3 9 comentarios

La verdadera historia entre los mosqueteros y los guardias del cardenal 9 comentarios

El guante de Mme Du Lacroixe 8 comentarios

Un choque de carrozas como excusa 8 comentarios

Tercer duelo engre Feraud y D'Hubert 8 comentarios

Segundo duelo entre D'Hubert y Feraud 8 comentarios

Duelo de príncipes: Val y Arn luchan por la mano de Ilene 8 comentarios

Un atractivo tal vez romántico 7 comentarios

Duelo entre dos consejales 6 comentarios

Duelo por Lola Montes 6 comentarios

Aramis se descompone 6 comentarios

Los duelos en Francia 6 comentarios

Duelo entre mujeres. Parte 2 6 comentarios

Y hay muchos mas, los invito a volver a ver alguno y modificar estos números.

Saludos.
La condesa Diana y el duelo entre su amante Comingies y Mergy

miércoles, 7 de abril de 2010

Sobre Cine

Por invitación de Mme Minuet participo de este juego, aunque el cine no es mi fuerte:

- Mejor película de todos los tiempos: Jesús de Nazaret

- Mejor película de Acción: Rescatando al soldado Ryan

- Mejor película de aventuras: Indiana Jones

- Mejor película bélica: Los chicos de la guerra.

- Mejor película biográfica: Don Bosco -

Mejor película cómica: Este cuerpo no es mío.

-Mejor película de ciencia ficción: Impacto Profundo.

- Mejor película deportiva: Héroes

- Mejor película dramática: Los Duelistas

- Mejor película de Gángsters: El Padrino

- Mejor película histórica: Los Duelistas

- Mejor película independiente: no se

- Mejor película de juicios: Juicio al honor.

- Mejor película musical: Mouline Rouge

- Mejor película basada en un comic o novela gráfica: no se

- Mejor película basada en una obra de teatro: Romeo y Julieta

- Mejor película romántica: La casa del lago

- Mejor película de terror: El excorcista

- Mejor película de Thriller: Donde estan las rubias???

- Mejor película de Western: El bueno, el malo y el feo

- Mejor película animada: Shrek

Y ahora le paso el juego a cinco amigas. Ellas son

Annariel, del blog Redefiniendo Límites.
Atenea, del blog Ellas en la Historia.
Paula, del blog Attitude at Rome.
Cristina, del blog Sirenita de Galicia
Meli, del blog de Meli.

viernes, 2 de abril de 2010

EL ORIGINAL DUELO ENTRE LOS MOSQUETEROS Y LOS GUARDIAS


Dumas toma este fragmento del libro de Sandras “Memorias de D’Artagnan” y lo reformula, ya que en Los Tres Mosqueteros, D’Artagnan se iba a batir con Athos, Porthos y Aramis y en ese momento llegan los guardias del cardenal, produciéndose un enfrentamiento entre estos y los mosqueteros más D’Artagnan.

Aquí (en el original), la cosa cambia un poco, ya que el duelo entre guardias y mosqueteros ya estaba pactado, pero estos últimos (mas precisamente Porthos) incluye a D’Artagnan entre su grupo, lo que obliga a los guardias a buscar otro duelista para enfrentarlo y quedar cuatro contra cuatro.

Otro dato es que en Sandras, los tres mosqueteros son hermanos, no así en Dumas.

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Tomándole la palabra, creí que iríamos a desenvainar no bien estuviésemos en la calle, cuando me dijo que le siguiera a nueve o diez pasos, sin acercarme; no supe lo que ello significaba, pero pensando que dentro de poco saldría de dudas tuve paciencia. Descendió por la calle de Vaugirard hacia la de Carmes Déchaux, frente al hotel d’Aiguillon donde encontró a un tal Jussac que estaba en el umbral de la puerta, y estuvieron más de un cuarto de hora conversando. Este Jussac es el mismo que posteriormente vimos pertenecer M. de Vendôme y al duque de Maine[1]. Creí al ver los abrazos con que se colmaban que eran los mejores amigos del mundo, y sólo me desengañé cuando Porthos dio vuelta la cabeza para ver si lo había seguido. En lugar de continuar con los cumplidos, observé que ahora Jussac le hablaba acaloradamente y como persona muy descontenta. Porthos le contestó con el mismo tono, y vi que me señalaba.

Al fin Porthos me alcanzó y me dijo que acababa de sostener una discusión en mi obsequio, que debían batirse dentro de una hora, tres contra tres en el Pré-aux-Clercs, al extremo del arrabal de Saint-Germain, y que habiendo resuelto, sin consultarme, incluirme en la partida, acababa de pedir a este hombre que buscara un cuarto compañero para enfrentarme con él, que el otro le había respondido que no sabía donde encontrar uno a esa hora y que tal había sido el motivo de la discusión que sostuvieron. Me enteró por fin que ese hombre se llamaba Jussac, que era el jefe con quien su hermano mayor había tenido la discusión; uno sostenía que los mosqueteros batirían a los guardias del cardenal cada vez que se enfrentasen, y naturalmente el otro había sostenido lo contrario[2].

Le agradecí lo mejor que pude, diciéndole que habiendo partido hacia París para ponerme a las ordenes de M. de Tréville, me causaba un real placer al escogerme entre sus compañeros para sostener una querella en defensa del honor de su compañía; no podía pedir nada mejor para mi estreno, y que trataría de no defraudar la buena opinión que se había formado de mi valor. Conversando de tal suerte, marchábamos hasta la calle de la Université, al cabo de la cual se hallaba el lugar donde debía realizarse nuestro combate.

Encontramos allí a Athos con su hermano Aramis, los que no supieron que pensar cuando me vieron en su compañía. Lo llevaron a un lado para interrogarlo: a su respuesta de que no había encontrado mejor manera para sacarme de encima el compromiso que yo le había suscitado, le replicaron que había hecho muy mal, que yo era todavía un chiquillo y que Jussac sacaría buen provecho de ello, que enfrentaría con algún contrario que pronto me habría liquidado y cayendo después sobre ellos no serían más que tres contra cuatro, lo que sólo podía terminar con una desgracia[3].

Grande habría sido mi enojo si hubiera sabido cuanto decían de mí. Sin embargo, como ya no había nada que hacer, se creyeron obligados a poner al mal tiempo buena cara, y me dirigieron un cumplido muy florido que seguramente no pasaba de las gargantas.

Jussac había tomado por segundos a Biscarat y Cahusac que eran hechuras del cardenal y hermanos entre sí[4]. Ya habían recorrido cinco o seis lugares sin encontrar un cuarto, cuando encontraron a un capitán del regimiento de Navarra, que era uno de los amigos de Biscarat. Se llamaba Bernajoux y era un gentilhombre de condición del condado de Foix[5]. Se consideró honrado de que Biscarat hubiera recurrido a él para tal servicio. Subieron los cuatro en la carroza de Jussac, descendiendo a la entrada del Pré-aux-Clercs, como si hubieran tenido el propósito de pasear. Avanzamos hacia el lado de la isla Maquerelle, a fin de alejarnos más de los presentes. Llegamos así a un pequeño fondo, desde donde no se veía a nadie, y los esperamos a pié firme[6].

No tardaron en alcanzarnos; Bernajoux que tenía un grueso bigote como se usaba entonces, viendo que Jussac, Cahusac y Biscarat elegían a los tres hermanos, mientras que no le dejaban nada más que a mí para divertirse, preguntó si se mofaban de él.

Me sentí herido por esas palabras. Le respondí que las criaturas de mi edad sabían por lo menos tanto como aquellos que los despreciaban, y desenvainé mi espada para unir el efecto a las palabras. Vióse obligado a tirar de la suya. Me dirigió varios golpes bastante vigorosos. Los pude parar con mucha felicidad, y, por debajo del brazo le di una estocada que lo atravesó de lado a lado. Cayó. Fui a él con el propósito de prestarle ayuda, si aún era tiempo, cuando vi que me presentaba la punta de su espada, pensando sin duda, que yo sería bastante ingenuo como para ensartarme solo. De ello deducí (sic) que estaba todavía en condiciones de ser auxiliado. Cristianamente educado, yo sabía que lo más terrible que podía acontecerle sería la pérdida de su alma, por lo cual, desde cierta distancia, le grité que pensara en Dios y que no iba hacia él para arrancar los restos de su vida, sino más bien para salvar lo que de ella le quedara. Me respondió que, ya que hablaba tan juiciosamente, no tenía inconveniente en rendir su espada, y que me rogaba vendar su herida, cortando la parte delantera de su camisa. Arrojó su espada a cuatro pasos, y yo corté su camisa con unas tijeras que saqué de mi bolsillo, haciéndole una compresa.

Ese tiempo que había empleado más bien que perdido, puesto que se trataba de una buena obra, casi cuesta la vida a Athos y tal vez de sus dos hermanos; Jussac le había asestado una estocada en un brazo, y sólo trababa de colocarle la punta de la espada en el vientre, cuando me apercibí del peligro en que estaba. Corrí hacia él; y habiendo gritado a Jussac de volverse ya que no me podía resolver a atacarlo de espaldas, se encontró con que debía sostener otro combate, cuando creía haber terminado el suyo. Athos, liberado del peligro que le amenazaba, no era hombre de quedarse con los brazos cruzados. Entonces Jussac se vio obligado a pedir gracia, él que la quería hacer pedir a los demás; y habiendo rendido su espada a Athos, a quien cedí tal honor que bien podía atribuirme, fuimos él y yo, hacia Porthos y Aramis para ayudarles a conseguir la victoria sobre sus enemigos. Efectivamente, éstos no pudieron resistir, siendo dos contra cuatro. Terminando el combate de esta manera, fuimos todos hacia Bernajoux, que se había recostado sobre el suelo, víctima de un vahído. Como yo fuera más ágil que los demás, corrí a buscar la carroza de Jussac, donde le colocamos. Se le condujo a su alojamiento, y debió guardar cama durante seis semanas antes de curar. Más tarde nos tornamos muy amigos y cuando fui sub-teniente de los mosqueteros, me mandó uno de sus hermanos para que lo alistara en la compañía.

El rey supo de nuestro combate y temimos que nos ocurriera algo a causa de los edictos; pero Tréville le dio a entender que nos habíamos encontrado fortuitamente el Pré-aux-Clercs, sin la menor sospecha de lo que ocurriría; que Athos, Porthos y Aramis no habían podido escuchar impasibles, elogios hacia la compañía de los guardias de Richelieu en perjuicio de la de los mosqueteros y que se habían indignado; que ello había traído un cambio de palabras y que de las palabras se había pasado a los hechos, por lo que se podía considerar esa acción como un encuentro y no como un duelo; que sin duda el cardenal quedaría muy mortificado, él que estimaba a Cahusac y Biscarat como prodigios de valor; que por otra parte, éstos siempre tomaban el partido del cardenal con razón o sin ella, pues hacían más caso del ministro que del amo.

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Espero sea de su agrado y que tenga lindos comentarios.


[1] Conde Claude de Jussac, nacido aproximadamente en 1620. Fue gobernador del duque de Vendôme; luego primer gentilhombre de cámara del duque de Maine. Murió el 8 de julio de 1690 en la batalla de Fleurus, con más de 70 años de edad. Existe sobre su muerte una carta de Mme. de Sévigné del 12 de julio de 1690.

[2] El R. P. Daniel, en su “Historia de la Milicia Francesa”, París, 1719: “La compañía de los mosqueteros era hermosa; tenia también una compañía de guardias, compuesta de muy brava gente. Entre ambas compañías existía una emulación que llegaba a los celos, de manera tal que con demasiada frecuencia estallaban refriegas entre los mosqueteros del rey y los guardias del cardenal, y el cardenal se regocijaba cuando los mosqueteros habían llevado la peor parte. Como los duelos estaban prohibidos, los de los mosqueteros con los guardias del cardenal fácilmente se hacían pasar por encuentros” (citado por Jaugain, op cit, 192).

[3] Se batían, varios contra varios. Cuando uno de los duelistas lograba eliminar a su contrario, por derecho, se juntaba con los de su bando contra los adversarios disminuidos, por lo cual la primera victoria generalmente ponía pronto fin al encuentro general.

[4] Cahusac es bastante oscuro. Su hermano Jacques de Biscarat es más conocido. Bussy-Rabutin pondera su temeridad; Tayllement des Meaux comenta su nombradía. Fue teniente en la caballería ligera del cardenal y más tarde gobernador de Charleville. Uno de sus hijos fue obispo de Lodève y después de Béziers.

[5] Bernajoux o Vernajoul, quien más tarde se hizo muy amigo de d’Artagnan. Dumas conservó los cuatro personajes: Jussac, Cahusac, Biscarat y Bernajoux.

[6] Ese feo nombre de la Ile Maquerelle ha sido reemplazado por el más bello de la Ile du Cygnes. Existían entonces el pequeño Pré-aux-Clercs y el gran Pré-aux-Clrercs, que se extendía mucho al oeste, hasta Grenelle.