sábado, 13 de junio de 2009

TERCER DUELO ENTRE FERAUD Y D'HUBERT


Este es el tercer duelo que se da entre los tenientes Feraud y D'Hubert, en el libro de Joseph Conrad, El Duelo. Luego de una campaña militar, ambos militares se encuentran y vuelven a desafiarse, en el duelo más cruento entre ambos, con final inconcluso.

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No obtuvo su promoción hasta una semana después de Austerlitz. Durante algún tiempo, la caballería ligera del gran ejército estuvo ocupa­dísima en interesantes labores.; Apenas disminuyó la atención de las tareas profesionales, el capitán Feraud se preocupó de organizar un encuentro sin pérdida de tiempo.

"Conozco bien a mi pájaro —observaba som­bríamente—. Si no ando muy vivo, se las arre­glará para que lo asciendan por sobre una docena de compañeros más meritorios que él. Tiene un verdadero talento para esta clase de maniobras." Este duelo se llevó a cabo en Silesia. Y si no terminó con una derrota, fue por lo menos pro­seguido hasta el total agotamiento de ambos con­trincantes. El arma era el sable de caballería, y la pericia, la, ciencia, el vigor y la determinación de ambos adversarios provocaron la admiración de los testigos. Este encuentro se convirtió en el tópico de mayor interés en ambas orillas del Da­nubio y su rumor alcanzó hasta las guarniciones de Gratz y Laybach. Siete veces cruzaron los sa­bles. Ambos tenían heridas de las que manaba sangre en abundancia. Ambos rehusaron inte­rrumpir el combate, rechazando toda insistencia, manifestando un mortal rencor. Por parte del capitán D'Hubert, esta impresión era causada por su deseo racional de terminar de una vez por todas con el asunto; por parte del capitán Fe­raud, por una tremenda exaltación de sus instin­tos belicosos y el formidable estímulo de la vanidad herida. Finalmente, desgreñados, con las camisas hechas jirones, ensangrentados y manteniéndose difícilmente en pie, fueron separados a la fuerza por sus atónitos y horrorizados padrinos. Más tarde, asediados por sus compañeros ansiosos de conocer los detalles, estos caballeros declararon que no habrían podido permitir que continuaran indefinidamente en esa carnicería. Cuando se les preguntó que si esta vez los adversarios conside­raban saldada su diferencia, expresaron su convencimiento de que era ésta de tal naturaleza, que sólo podría liquidarse con la vida de una de las partes. La sensacional noticia se extendió de un cuerpo de ejército a otro, penetrando hasta los más pequeños destacamentos de tropas acanto­nados entre el Rin y el Save. En los cafés vieneses se estimaba, por datos fidedignos, que los adver­sarios estarían en condiciones de enfrentarse nuevamente en el campo del honor, al cabo de tres semanas. Se esperaba algo realmente extra­ordinario en materia de duelos.

Estas esperanzas fueron frustradas por las exigencias del servicio, que separaron a los dos capitanes. Las autoridades oficiales no se habían dado por enteradas de su desafío. Era ésta una cuestión de honor que ya pertenecía al ejército y no se le podía comentar ligeramente. Pero la historia del duelo, o más bien la afición duelís­tica de nuestros héroes, debe haberse interpuesto en el progreso de sus respectivas carreras, pues aun eran capitanes cuando volvieron a reunirse durante la guerra con Prusia. Destacados hacia el Norte después de Jena, junto con el ejército dirigido por el mariscal Bernadotte, príncipe de Ponte Corvo, entraron juntos en Lülbeck.

lunes, 1 de junio de 2009

LOS DUELOS EN LA FRANCIAS DEL SIGLO XVII




Nuevamente gracias al aporte de Diana de Méridor.

Fragmento de la obra Descartes, de Richard Watson:


“El duelo era un juego peligroso. Los reyes y generales lo detestaban porque así perdían a muchos de sus mejores hombres. En Francia, Luis XIII proscribió los duelos definitivamente en 1627, después de que el gran espadachín François de Montmorency, conde de Bouteville, y su primo Rosmaduc, conde de Chapelles, desobedecieron su orden inicial. El 21 de junio de 1627, en París, lucharon contra el marqués de Beauvon y el marqués de Bussy, tres contra tres …, al mediodía en la Place Royale, hoy llamada Place des Vosges. Rosmaduc mató a su oponente.


“¡Un duelo a mediodía! ¡Y con la presencia de todos los cortesanos! Debía de ser emocionante: los combatientes vestidos a la última moda con sus capas, botas y sombreros emplumados, mofándose e insultándose mientras hacían gala de su noble orgullo francés. Y qué manera de desafiar al rey, que a fin de cuentas era sólo otro noble más. Y no tan buen espadachín, llegado el caso.


“En fin, uno no ejecuta a nobles de tan rancia estirpe, pero Luis XIII mandó ajusticiar a Bouteville y Rosmaduc, a pesar de las súplicas de toda la nobleza. Aunque, eso sí, permitió que las familias se llevaran los cuerpos para sepultarlos. Beauvon escapó y recibió el indulto dos años después. Pero las ejecuciones demostraron que Luis XIII se había propuesto abolir esta costumbre tradicional. El rey tenía buenos motivos, en definitiva. Estaba perdiendo demasiados hombres capaces. Cientos de sus mejores lugartenientes morían en duelos todos los años. Bouteville tenía 28 años cuando se le condenó a la pena de muerte. Se inició en los duelos a los 15 años, y había participado en 22. Billy el Niño no superaba a Bouteville, ni en su sangre fría de duelista ni en su gran notoriedad.”


Notas sobre la Place des Vosges
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Desde su conclusión, en 1612, la Place Royal se convirtió en el centro de la vida elegante, desfiles y fiestas. El nombre actual de Place des Vosges se le otorgó en 1800 en honor del primer departamento que pagó sus impuestos.


Está compuesta por 36 pabellones que han conservado su disposición original con soportales y dos pisos, en los que alternan el ladrillo rojo y la piedra blanca, rematados por un tejado de pizarra de fuerte pendiente y buhardillas, patio trasero y jardines ocultos. En resumen, un conjunto comparable a las grandes "plazas mayores" de las ciudades castellanas.


El pabellón del Rey, responde simétricamente al pabellón de la Reina, con decoración muy sobria.


En el centro de la plaza, un simpático jardín público permite aprovechar, en los días de buen tiempo, los rayos del sol... A menos que se prefiera la sombra de los soportales donde de vez en cuando un concierto clásico improvisado atrae a los curiosos, mientras que los escaparates de las galerías de arte o de antigüedades, encantan, chocan o sorprenden a los transeúntes... Algunos de ellos buscan las sombras del pasado que poblaban esta plaza: Madame de Sévigné nació en el nº 1 bis, Théophile Gautier y Alphonse Daudet vivieron en el nº 8, Marion Delorme en el nº 11, Bossuet en el nº 17, Richelieu en el nº 21 ( los dos duelistas pagaron con su vida la insolencia de enfrentarse bajo sus ventanas cuando el cardenal acababa de prohibir los duelos). Y además, Victor Hugo.

En los soportales cercanos están documentados varios duelos de mosqueteros.

Duelo de los Mignons en el mercado de caballos (Actual Place des Vosges)

El 27 de abril de 1578, en el mercado de caballos, actual Plaza de Vosges, tuvo lugar el llamado Duelo de los Mignons, que enfrentó a tres favoritos del rey Enrique III con tres del duque de Guisa. Por parte del rey eran Jacques de Caylus, Louis de Maugiron y Jean d’Arcès. Representando a los Guisa participaron Charles de Balzac, Ribérac y Georges de Schomberg.

Maugiron y Schomberg resultaron muertos en el enfrentamiento. Ribérac murió al mediodía siguiente a consecuencia de las heridas. D’Arcès fue herido en la cabeza y hubo de permanecer en el hospital durante seis semanas. En cuanto a Caylus, recibió nada menos que 19 heridas y falleció tras 33 horas de agonía. Sólo Balzac se libró con sólo un rasguño en el brazo.

Esta absurda pérdida de vidas humanas impresionó fuertemente la imaginación de las gentes. Jean Passerat escribió una elegía sobre el tema, Plaintes de Cléophon. En el tratado político El Teatro de Francia, de 1580 el duelo era recordado como “el día de los cerdos”. Montaigne describió el episodio como “una imagen de cobardía”, y Brantôme lo relacionaba con la deplorable expansión de los modales italianos y gascones en la corte de Enrique III.

El incidente empeoró considerablemente las ya malas relaciones entre el rey y el duque de Guisa.