sábado, 13 de junio de 2009

TERCER DUELO ENTRE FERAUD Y D'HUBERT


Este es el tercer duelo que se da entre los tenientes Feraud y D'Hubert, en el libro de Joseph Conrad, El Duelo. Luego de una campaña militar, ambos militares se encuentran y vuelven a desafiarse, en el duelo más cruento entre ambos, con final inconcluso.

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No obtuvo su promoción hasta una semana después de Austerlitz. Durante algún tiempo, la caballería ligera del gran ejército estuvo ocupa­dísima en interesantes labores.; Apenas disminuyó la atención de las tareas profesionales, el capitán Feraud se preocupó de organizar un encuentro sin pérdida de tiempo.

"Conozco bien a mi pájaro —observaba som­bríamente—. Si no ando muy vivo, se las arre­glará para que lo asciendan por sobre una docena de compañeros más meritorios que él. Tiene un verdadero talento para esta clase de maniobras." Este duelo se llevó a cabo en Silesia. Y si no terminó con una derrota, fue por lo menos pro­seguido hasta el total agotamiento de ambos con­trincantes. El arma era el sable de caballería, y la pericia, la, ciencia, el vigor y la determinación de ambos adversarios provocaron la admiración de los testigos. Este encuentro se convirtió en el tópico de mayor interés en ambas orillas del Da­nubio y su rumor alcanzó hasta las guarniciones de Gratz y Laybach. Siete veces cruzaron los sa­bles. Ambos tenían heridas de las que manaba sangre en abundancia. Ambos rehusaron inte­rrumpir el combate, rechazando toda insistencia, manifestando un mortal rencor. Por parte del capitán D'Hubert, esta impresión era causada por su deseo racional de terminar de una vez por todas con el asunto; por parte del capitán Fe­raud, por una tremenda exaltación de sus instin­tos belicosos y el formidable estímulo de la vanidad herida. Finalmente, desgreñados, con las camisas hechas jirones, ensangrentados y manteniéndose difícilmente en pie, fueron separados a la fuerza por sus atónitos y horrorizados padrinos. Más tarde, asediados por sus compañeros ansiosos de conocer los detalles, estos caballeros declararon que no habrían podido permitir que continuaran indefinidamente en esa carnicería. Cuando se les preguntó que si esta vez los adversarios conside­raban saldada su diferencia, expresaron su convencimiento de que era ésta de tal naturaleza, que sólo podría liquidarse con la vida de una de las partes. La sensacional noticia se extendió de un cuerpo de ejército a otro, penetrando hasta los más pequeños destacamentos de tropas acanto­nados entre el Rin y el Save. En los cafés vieneses se estimaba, por datos fidedignos, que los adver­sarios estarían en condiciones de enfrentarse nuevamente en el campo del honor, al cabo de tres semanas. Se esperaba algo realmente extra­ordinario en materia de duelos.

Estas esperanzas fueron frustradas por las exigencias del servicio, que separaron a los dos capitanes. Las autoridades oficiales no se habían dado por enteradas de su desafío. Era ésta una cuestión de honor que ya pertenecía al ejército y no se le podía comentar ligeramente. Pero la historia del duelo, o más bien la afición duelís­tica de nuestros héroes, debe haberse interpuesto en el progreso de sus respectivas carreras, pues aun eran capitanes cuando volvieron a reunirse durante la guerra con Prusia. Destacados hacia el Norte después de Jena, junto con el ejército dirigido por el mariscal Bernadotte, príncipe de Ponte Corvo, entraron juntos en Lülbeck.

lunes, 1 de junio de 2009

LOS DUELOS EN LA FRANCIAS DEL SIGLO XVII




Nuevamente gracias al aporte de Diana de Méridor.

Fragmento de la obra Descartes, de Richard Watson:


“El duelo era un juego peligroso. Los reyes y generales lo detestaban porque así perdían a muchos de sus mejores hombres. En Francia, Luis XIII proscribió los duelos definitivamente en 1627, después de que el gran espadachín François de Montmorency, conde de Bouteville, y su primo Rosmaduc, conde de Chapelles, desobedecieron su orden inicial. El 21 de junio de 1627, en París, lucharon contra el marqués de Beauvon y el marqués de Bussy, tres contra tres …, al mediodía en la Place Royale, hoy llamada Place des Vosges. Rosmaduc mató a su oponente.


“¡Un duelo a mediodía! ¡Y con la presencia de todos los cortesanos! Debía de ser emocionante: los combatientes vestidos a la última moda con sus capas, botas y sombreros emplumados, mofándose e insultándose mientras hacían gala de su noble orgullo francés. Y qué manera de desafiar al rey, que a fin de cuentas era sólo otro noble más. Y no tan buen espadachín, llegado el caso.


“En fin, uno no ejecuta a nobles de tan rancia estirpe, pero Luis XIII mandó ajusticiar a Bouteville y Rosmaduc, a pesar de las súplicas de toda la nobleza. Aunque, eso sí, permitió que las familias se llevaran los cuerpos para sepultarlos. Beauvon escapó y recibió el indulto dos años después. Pero las ejecuciones demostraron que Luis XIII se había propuesto abolir esta costumbre tradicional. El rey tenía buenos motivos, en definitiva. Estaba perdiendo demasiados hombres capaces. Cientos de sus mejores lugartenientes morían en duelos todos los años. Bouteville tenía 28 años cuando se le condenó a la pena de muerte. Se inició en los duelos a los 15 años, y había participado en 22. Billy el Niño no superaba a Bouteville, ni en su sangre fría de duelista ni en su gran notoriedad.”


Notas sobre la Place des Vosges
:

Desde su conclusión, en 1612, la Place Royal se convirtió en el centro de la vida elegante, desfiles y fiestas. El nombre actual de Place des Vosges se le otorgó en 1800 en honor del primer departamento que pagó sus impuestos.


Está compuesta por 36 pabellones que han conservado su disposición original con soportales y dos pisos, en los que alternan el ladrillo rojo y la piedra blanca, rematados por un tejado de pizarra de fuerte pendiente y buhardillas, patio trasero y jardines ocultos. En resumen, un conjunto comparable a las grandes "plazas mayores" de las ciudades castellanas.


El pabellón del Rey, responde simétricamente al pabellón de la Reina, con decoración muy sobria.


En el centro de la plaza, un simpático jardín público permite aprovechar, en los días de buen tiempo, los rayos del sol... A menos que se prefiera la sombra de los soportales donde de vez en cuando un concierto clásico improvisado atrae a los curiosos, mientras que los escaparates de las galerías de arte o de antigüedades, encantan, chocan o sorprenden a los transeúntes... Algunos de ellos buscan las sombras del pasado que poblaban esta plaza: Madame de Sévigné nació en el nº 1 bis, Théophile Gautier y Alphonse Daudet vivieron en el nº 8, Marion Delorme en el nº 11, Bossuet en el nº 17, Richelieu en el nº 21 ( los dos duelistas pagaron con su vida la insolencia de enfrentarse bajo sus ventanas cuando el cardenal acababa de prohibir los duelos). Y además, Victor Hugo.

En los soportales cercanos están documentados varios duelos de mosqueteros.

Duelo de los Mignons en el mercado de caballos (Actual Place des Vosges)

El 27 de abril de 1578, en el mercado de caballos, actual Plaza de Vosges, tuvo lugar el llamado Duelo de los Mignons, que enfrentó a tres favoritos del rey Enrique III con tres del duque de Guisa. Por parte del rey eran Jacques de Caylus, Louis de Maugiron y Jean d’Arcès. Representando a los Guisa participaron Charles de Balzac, Ribérac y Georges de Schomberg.

Maugiron y Schomberg resultaron muertos en el enfrentamiento. Ribérac murió al mediodía siguiente a consecuencia de las heridas. D’Arcès fue herido en la cabeza y hubo de permanecer en el hospital durante seis semanas. En cuanto a Caylus, recibió nada menos que 19 heridas y falleció tras 33 horas de agonía. Sólo Balzac se libró con sólo un rasguño en el brazo.

Esta absurda pérdida de vidas humanas impresionó fuertemente la imaginación de las gentes. Jean Passerat escribió una elegía sobre el tema, Plaintes de Cléophon. En el tratado político El Teatro de Francia, de 1580 el duelo era recordado como “el día de los cerdos”. Montaigne describió el episodio como “una imagen de cobardía”, y Brantôme lo relacionaba con la deplorable expansión de los modales italianos y gascones en la corte de Enrique III.

El incidente empeoró considerablemente las ya malas relaciones entre el rey y el duque de Guisa.

lunes, 11 de mayo de 2009

ACTA DEL DUELO ENTRE EL INFANTE DON ENRIQUE Y EL DUQUE DE MONTPENSIER


Gracias al aporte de Diana de Meridor, tenemos aquí el acta de un duelo fatal que se celebró en España.


Acta del duelo entre el infante don Enrique y el duque de Montpensier

En Madrid a 12 de marzo de 1870, siendo las ocho de la tarde, reunidos los que suscriben en la casa morada del Excmo. Sr. Teniente General don Ferando Fernández de Córdova, acordaron levantar acta de todo lo ocurrido en el lance de honor concertado en la noche de ayer y llevado a término en la mañana de hoy en la forma siguiente.


Siendo las diez del día, se presentaron en el exportazgo de las ventas de Alcorcón, el Sr. Infante D. Enrique de Borbón y el Sr. Duque de Montpensier, acompañados de los infraescritos y los doctores D. José Sumsi y Luis Leira.


Acto continuo, se dirigieron todos los referidos a la Escuela de Tiro en la dehesa de los Carabancheles y, obtenida la licencia del Sr. Comandante jefe de aquel puesto militar para probar unas pistolas, se eligió un lugar próximo al blanco de los tiros de cañón.

Medida entre el Sr. General Córdova y D. Federico Rubio con un metro la distancia de nueve en cumplimiento del acuerdo número primero, pareció a ambos que resultaba corta en el campo y propusieron alterar en este punto lo pactado, alargando un metro más la distancia; cuya proposición fue aceptada sin discusión y con el mayor gusto por todos los demás testigos; en cuya virtud se midió y rayó, a uno y otro extremo, la distancia de diez metros, fijándola además con dos piquetes.


Acto seguido, se procedió a echar suerte para que ésta designara quién debía disparar primero, resultando corresponder al Sr. Infante D. Enrique.


De igual manera se procedió para elegir el punto en que se habían de colocar los combatientes y correspondió la elección al Sr. Infante D. Enrique.


Entregadas a dicho señor y al Sr. Duque de Montpensier sus armas respectivas, se dio la voz de “atención” y perteneciendo al Sr. D. Enrique disparar primero, hizo fuego sin resultado y respondió con su disparo el Sr. Duque, con igual suceso.


Cargadas nuevamente las pistolas, conferenciaron los infraescritos sobre la condición establecida número 2 que disponía acortar en un metro la distancia si el primer disparo no daba resultado, y sin discusión se acordó unánimemente que no se diese cumplimiento al artículo y no se disminuyese la distancia de los diez metros.


Disparó por segunda vez el señor Infante, sin que ocurriera novedad.


Hizo su disparo el señor duque y la bala, dando entre la caja y la llave de la pistola de su adversario, se partió en dos: media quedó incrustada entre los muelles y la otra mitad, chocando en la levita por encima de la clavícula derecha, rompió el paño sin penetrar en el chaleco. Reconocido el señor infante por los facultativos y preguntado con la debida solicitud por los testigos de una y otra parte si sentía molestia en algún punto o alguna dificultad que le estorbase, contestó negativamente repetidas veces; y examinado, no obstante, con la atención oportuna, no resultó que estuviese herido ni contuso.

En este momento, el señor general Alaminos se acercó al señor Rubio preguntándole si aquel accidente no sería bastante a dejar en lugar honroso a las partes, sin ser necesario que continuase el duelo; contestado afirmativamente por el señor Rubio, pasaron a proponer esta opinión a sus demás compañeros y, después de discutida con el mejor ánimo por parte de todos, se convino unánimemente en que la condición establecida en el número 6 prescribía que el combate no había de terminar hasta resultar herida y que, de haberla por pequeña que fuese, podría aprovecharse benignamente dicha circunstancia; pero que no existiendo ni tampoco contusión y declarando el infante con insistencia que no había recibido ningún daño ni sentido molestia que le dificultase el manejo de su arma, dada la publicidad del caso, el carácter de las personas, el hecho de haberse alterado benignamente las dos condiciones más duras del combate, y lo ocasionados que son estos sucesos a ser objeto de prolongadas interpretaciones que dejan peor parado el decoro de los combatientes, aun habiendo sufrido todos los peligros del duelo, se acordó por unanimidad que continuase.

Hizo su tercer disparo el infante don Enrique, sin resultado.

Disparó en su turno el señor duque y cayó en tierra el infante don Enrique.

Reconocido por los doctores Sumsi, Leira y Rubio, resultó tener una herida penetrante en la región temporal derecha; las arterias temporales estaban rotas; la masa cerebral, perforada; la vida de relación y de sensibilidad, abolida; la respiración, estertorosa.


Acompañado por testigos de una y otra parte hasta que vino una camilla que, recogiéndolo, llevó el cuerpo del señor infante al próximo campamento, se convocaron los infraescritos para la sesión presente y acordaron levantar este acta, en cumplimiento de la ley y de los usos y costumbres de los lances de honor, disponiendo, además, se escriban en el número necesario para entregar, una a los herederos del infante don Enrique de Borbón, otra al duque de Montpensier, una a cada testigo y otra para que el señor Teniente General Don Fernando Fernández de Córdova se encargue de depositarla, en tiempo oportuno, el alguno de los establecimientos públicos encargados de la custodia de papeles. Firman: Federico Rubio. Juan de Alaminos y de Vivar. Fernando Fernández de Córdova. Emigdio Santamaría. Andrés Ortiz y Arana. Felipe de Solís y Campuzano.


12 de marzo de 1870


Para los motivos del duelo y otros detalles, ver bajo el epigrafe “duques de Montpensier” en:

http://www.lagubiayeltas.us/Personajes/D.htm

lunes, 13 de abril de 2009

SEGUNDO DUELO ENTRE D'HUBERT Y FERAUD

Este fragmento pertenece a la obra de Joseph Conrad, “El Duelo”, llevado al cine por Ridley Scott en el film “Los Duelistas”. Los protagonistas son dos oficiales de caballería del ejercito de Napoleón, los tenientes D’Hubert y Fraud. La historia surge a partir de un entredicho entre ambos oficiales (no lo diré para quienes quieran leer el libro) que genera un primer duelo entre ambos. La necedad de ambos los lleva a batirse en numerosas oportunidades, mientras la historia se sigue desarrollando en Europa, y el fragmento aquí trascripto es el segundo encuentro entre ellos (el primero formal, con padrinos, desafío previo, lugar del encuentro, etc.). El encuentro es breve, próximamente transcribiré otro de los duelos, mas prolongado y más violento.

En la película de Scott este es el segundo duelo:

http://www.youtube.com/watch?v=SCuuH6sKNbw&feature=related


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Pero la investigación no se llevó a cabo. En cambio, el ejército salió a campaña. Puesto en libertad sin mayores observaciones, el teniente D'Hubert volvió a hacerse cargo de sus tareas militares, mientras el teniente Feraud, con su brazo recién libre del cabestrillo y sin haber sido interrogado, cabalgó a la cabeza de su escuadrón para terminar su convalecencia en el humo de los campos de batalla y al aire fresco de los vivaques nocturnos. Este vigorizante tratamiento le sentó tan bien que, al primer rumor de la firma de un armisticio, giraron inmediatamente sus pensa­mientos en torno a su contienda privada.
Esta vez tendría qué ser un duelo ajustado a todas las reglas. Envió dos amigos a presen­tarse ante el teniente D'Hubert, que se encontra­ba con su regimiento a escasas millas de distan­cia. Estos amigos no hicieron preguntas a su apadrinado. "Me debe una ese bello oficialito", había dicho Feraud, sombríamente; y ellos se marcharon muy contentos a cumplir con su mi­sión. El teniente D'Hubert no tuvo dificultad en encontrar dos amigos igualmente discretos y leales.
—Hay un individuo a quien tengo que dar una lección —había declarado él escuetamente, y ellos se consideraran satisfechos con esta expli­cación.
Bajo estos pretextos se convino un duelo a espada, debiendo llevarse a cabo, al alba, en un campo apropiado. A la tercera arremetida, el te­niente D'Hubert se encontró tendido sobre la hierba húmeda de rocío, con una herida en el costado. A su izquierda se extendía un paisaje de prados y bosques, iluminado por un sol apacible. Un cirujano no, el flautista, esta vez, sino otro ­se inclinaba sobre él y palpaba la herida.
—Una buena estocada. Pero no será grave. El teniente D'Hubert escuchó estas palabras con placer. Sentado en la hierba húmeda y sos­teniéndole la cabeza sobre las rodillas, uno de sus padrinos dijo:
—Los azares de la guerra, mon pauvre vieux. ¿Qué le parece? ¿No cree conveniente hacer las paces como un hombre sensato? Sea razonable.
—No sabe usted lo que pide —murmuró el teniente D'Hubert, con voz débil—. Sin embargo, si él...
Al otro extremo del prado los padrinos del teniente Feraud le insistían para que fuera a es­trechar la mano de su adversario.
—Ya se ha pagado usted como lo deseaba..., que diable! Es lo único que le queda por hacer. Ese D'Hubert es un tipo decente.
—Conozco bien la decencia de estos favoritos de los generales -murmuró el teniente Feraud, con los dientes apretados, y la sombría expresión de su rostro desalentó toda insistencia a concer­tar la reconciliación. Saludándose desde cierta distancia, los padrinos condujeron a los duelistas fuera del campo. El teniente D'Hubert, muy esti­mado entre sus compañeros por su gran valor unido a un carácter franco y siempre parejo, fue muy visitado aquella tarde. Se observó que el te­niente Feraud no frecuentó, como era costumbre, los lugares donde sus amigos pudieran darle sus felicitaciones. No le habrían faltado, pues él tam­bién era querido por la exuberancia de su natu­raleza meridional y la sencillez de su carácter. En todos los sitios donde los oficiales tenían costum­bre de reunirse al final del día, el duelo de aque­lla mañana fue comentado bajo diversos aspectos. Aunque el teniente D'Hubert resultó herido esta vez, su juego de esgrima fue notable. Nadie podía negar que fuera muy arriesgado y científico. Llegó a decirse que había sido herido sólo porque de­seaba manifiestamente hacer gracia a su adver­sario. Pero muchos opinaban que el vigor y el empuje de los ataques del teniente Feraud eran irresistibles.
Los méritos de ambos oficiales como esgri­mistas eran francamente discutidos, pero su ac­titud reciproca después del duelo fue comentada apenas y con la mayor prudencia. Eran irrecon­ciliables, lo que resultaba por demás lamentable. Pero al fin y al cabo, ellos sabían mejor que na­die la forma en que debían cuidar de su honor. No era una cuestión en la que debieran entrometerse demasiado sus compañeros. En cuanto al origen de la querella, la impresión general era que se remontaba a los tiempos en que ambos estaban de guarnición en Estrasburgo. Al oír esto, el cirujano flautista sacudió la cabeza. El creía posi­tivamente que databa de más larga fecha.
—Pero, por supuesto, usted debe saberlo todo —exclamaron varias voces, ávidas de curiosidad—. ¿Qué fue lo que sucedió?
Lentamente el doctor apartó la vista de su copa.
—Aunque lo supiera todo, no podéis esperar que os lo diga cuando los dos protagonistas del incidente prefieren guardar su secreto.
Se levantó y se marchó, dejando tras sí una honda sensación de misterio. No podía quedarse allí más rato, pues ya se acercaba la hora mágica de su musical sola.
—Es evidente que tiene los labios sellados —observó solemnemente un oficial muy joven cuando se hubo marchado el médico.

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Como vemos, el asunto era por demás serio, y aunque el lector sepa como surgió la historia, no ocurría lo mismo para los compañeros de armas de estos oficiales.
Ojala guste el tema y lo comentemos.
Saludos

jueves, 2 de abril de 2009

LOS DUELOS EN FRANCIA


El siguiente texto es extraído de http://www.esgrima-futuro.com/ y me parece interesante para aprender un poco mas.

A finales del siglo XV- principios del XIV en Francia prevalece la esgrima en forma de duelos, o sea los duelos a fin de defender el honor. Los duelos invadieron a toda Europa, pero fueron más difundidos en Francia. Se conoce un hecho histórico: en 1526 el emperador del Santo imperio romano, Carlos V, dijo que el rey francés Francisco I fue un deshonroso. Para poner en su lugar al insultador el rey lo desafió al duelo. A pesar de que el asunto no tuvo consecuencias, el prestigio de los duelos en Francia había subido desmesuradamente. Precisamente durante el reinado de Francisco I había más duelos que nunca, lo que confirman los registros de Paris, demostrando en el transcurso de varios años que cada segundo duelo terminaba con la muerte de los dos duelistas.
Vladislav Petrov en su obra “El duelo ruso” presenta los siguientes datos: el número total de los duelos en Francia en algunos años alcanzaba 20 mil. Había que poner fin a ello y empezaron a prohibir los duelos. Según los registros el último duelo en Francia tuvo lugar el 10 de julio de 1547 en presencia del rey Henri II. Pero en la realidad esta fecha dio el inicio a los duelos clandestinos. El morir por causa del duelo se respetaba y se valoraba mucho. El pueblo creó la imagen del héroe-duelista valiente, bailando la danza de muerte y muriéndose con el arma en las manos y con la cabeza erguida. En sus novelas Alexander Dumas describe los duelos innumerables entre los mosqueteros del rey y los oficiales de la guardia del cardinal Richelieu, aunque en la época del último estaban prohibidos los duelos. Entre los años 1608 y 1723 fueron aprobados al menos 8 decretos reales prohibiendo los duelos, pero no tenían ningún resultado. En 1837 habían adoptado una medida más severa: se libró el decreto que consideraba al duelo como el intento del homicidio y, consecuentemente, como el crimen punible. Esta medida debería intimidar a los duelistas. Sin embargo, la tradición fue tan respetable que a menudo las sentencias de jueces eran absolutorias

sábado, 14 de marzo de 2009

VIDEOS DE LA PELICULA "LOS DUELISTAS" de Ridley Scott

Aquí les presento unos enlaces con esenas de la película LOS DUELISTAS, de Ridley Scott, filmada en 1977 y cuyos protagonistas son Keith Carradine y Hervey Keitel.
Es una pelicula excelente, espero comentarios, porque las escenas están muy bien logradas

http://www.youtube.com/watch?v=g8nGgvepXCk

http://www.youtube.com/watch?v=SCuuH6sKNbw&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=3VVHSounmrE&feature=related

jueves, 26 de febrero de 2009

LA CONDESA DIANA Y EL DUELO ENTRE SU AMANTE COMINGIES CON MERGY, SU SUCESOR

Según la encuesta, los duelos por una mujer son los que mas gustan. Este pertenece a la misma novela que el relato anterior.

Este enlace, de una escuela de esgrima de España, recreado en la realidad, me hace pensar como debe haber sido este duelo, en este caso fatal, que enfrentó a dos caballeros por el amor de una condesa.

http://www.youtube.com/watch?v=LIsH2Q6ql7E&feature=PlayList&p=0F53E5002D2FE727&index=0

Mergy es un caballero hugonote, quien llega a París y se encuentra con su hermano, convertido al catolicismo, todo esto en medio de la guerra entre católicos y protestantes.En París conoce a Diana, condesa de Turgis. Tanto Mergy como Diana simpatizan a primera vista, pero la condesa tiene en Comminges un amante muy celoso, el cual ya había dado muerte a dos de sus rivales, además de tener fama de excelente duelista.Cierto día, Diana aprovecha y deja caer un guante delante de Mergy para que éste lo levante, pero los nervios le juegan una mala pasada, y hacen que el joven quede quieto sin moverse, situación que aprovechó Comminges para levantar él mismo el guante, empujando a Mergy, provocación más que suficiente para un desafío.Mergy reta a Comminges y se citan en el Pré-aux-Clercs, lugar de París donde con frecuencia se batían a duelo.

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Al llegar a la ribera opuesta advirtieron otra barca que conducía a Comminges y al vizconde de Beville.-¡Hola! -exclamó este último-. ¿Eres tú o tu hermano a quien va a matar Comminges?Y al decir estas palabras abrazó a Jorge, riendo.El capitán y Comminges se saludaron con gravedad.-Caballero -dijo el capitán a Comminges en cuanto pudo desembarazarse de Beville-, creo que es mi deber realizar todavía un esfuerzo, a fin de impedir las consecuencias de una contienda que no está fundada en motivos que atenten realmente al honor. Estoy seguro que Beville unirá sus esfuerzos a los míos.Beville hizo un gesto negativo.-Mi hermano es muy joven -añadió Jorge- y carece de experiencia en la esgrima; por consecuencia, se halla más obligado que otro a mostrarse susceptible. Vos, caballero, tenéis una reputación bien ganada, y vuestro honor en nada desmerecería si reconocierais delante de nosotros que, por una equivocación...Comminges le interrumpió con una carcajada...-¡Es gracioso, querido capitán! ¿Creéis que soy un hombre que abandona al amanecer el lecho, en donde yace con su amada, y atraviesa el Sena para dar excusas a este mozalbete?-Olvidáis, caballero, que se trata de mi hermano, y le despreciáis...-Aunque fuera vuestro padre, ¿qué me importa? Me preocupa muy poco vuestra familia.-Pues, con vuestro permiso, recojo el guante dirigido a mi familia, y, como soy el hermano mayor, seré el primero en batirme con vos, si no os oponéis.-Perdonad, capitán. Estoy obligado, con arreglo a las leyes del duelo, a dar prioridad en el desafío al caballero que me ha provocado. Vuestro hermano tiene un derecho imprescriptible, como dicen en el Palacio de Justicia. Cuando concluya con él estaré a vuestras órdenes.-Es perfectamente justo -exclamó Beville-, y no permitiré que sea de otra manera.Mergy, sorprendido de lo largo del coloquio, se acercó a pasos lentos y llegó en el preciso instante en que su hermano colmaba de injurias a Comminges, llegando a llamarle cobarde, a lo que respondió fríamente:-Después de vuestro hermano me ocuparé de vos.Bernardo agarró a Jorge por el brazo.-¿Es así como me ayudas? -le dijo-. ¿Pretendes que delegue en ti el puesto que me corresponde?... Caballero -dijo, volviéndose hacia Comminges-, estoy a vuestras órdenes. Podemos empezar cuando gustéis.-En seguida -respondió el espadachín.-¡Admirable contestación! -dijo Beville, estrechando la mano de Mergy-. Si no tenemos el sentimiento de enterrarte en este campo, irás muy lejos, muchacho.Comminges se quitó el justillo y desabrochó las cintas de sus zapatos para demostrar que tenía el propósito de no retroceder ni un paso. Era una moda al uso de los duelistas profesionales. Mergy y Beville le imitaron; sólo el capitán permaneció sin quitarse ni la capa.-¿Qué haces, querido Jorge? ¿No sabes que tienes que batirte conmigo? -dijo Beville-. Ni tú ni yo somos de esos que, cruzados de brazos, dejan a sus amigos que combatan. Nosotros practicamos la costumbre de Andalucía[1].El capitán se encogió de hombros.-¿Pero supones que estoy de broma? Te juro por mi vida que tenemos que batirnos. ¡Que me lleve el diablo si no lo consigo!-Eres loco o tonto -dijo Jorge con frialdad.-¡Pardiez! Me darás cuenta de esas palabras, si no quieres obligarme a...Y llevó la mano a la espada, todavía en la vaina, en actitud airada y agresiva.-¿Lo quieres? -dijo el capitán-. Sea...Comminges, con una elegancia especial, desenvainó rápido la espada y arrojó a veinte pasos de distancia la vaina y el tahalí; Beville quiso imitarle; pero su arma se resistía a salir al llegar a la mitad de la hoja, lo que juzgó como una desventura y un presagio. Los dos hermanos desenvainaron también las espadas, aunque menos aparatosamente; también arrojaron las vainas que habrían podido estorbarles. Cada uno se colocó delante de su adversario con la espada desnuda en la mano derecha y la daga en la izquierda. Los cuatro hierros se cruzaron al mismo tiempo.Jorge, por cierta maniobra de esgrima que los maestros italianos llamaban entonces liscio di spada a cavare alla vita[2], y que consiste simultáneamente en oponer la fuerza a la habilidad, dominó a su adversario, el cual tuvo que soltar su espada, encontrándose en el pecho con la punta de la de su enemigo.Pero Jorge de Mergy bajó el arma.-Tienes menos fuerza que yo -dijo-; cesemos el combate... No esperes a que me encolerice.Beville se había puesto pálido al ver la espada del capitán que le rozaba el pecho. Algo confuso le tendió la mano, y los dos, después de arrojar sus armas a tierra, se volvieron impacientes para contemplar el combate de los importantes actores de esta escena.Mergy conservaba su sangre fría, dando muestras de bravura. Era ducho en la esgrima y tenía una fuerza corporal superior a la de Comminges, que, además, parecía resentido de las fatigas de la noche anterior. Durante algún tiempo se concretó tan sólo nuestro héroe a parar con una prudencia extrema, que olvidaba únicamente al avanzar Comminges; Bernardo, con gran vista, presentaba siempre a su enemigo la punta de su espada, y mientras se cubría el pecho con la daga. Esta resistencia inesperada irritó a Comminges. Se le vio palidecer; pero en un hombre valiente la palidez no indica sino un exceso de ira... Con gran furor y pericia redobló sus ataques... En uno nuevo batió con suma destreza la espada de Mergy, y se lanzó a fondo sobre su enemigo, el cual necesariamente hubiera perecido sin una circunstancia imprevista, casi milagrosa. La punta del acero tropezó con el pulido amuleto, y el arma resbaló, tomando una dirección oblicua, y, en vez de entrar en los pulmones, no atravesó más que la piel, y siguiendo una dirección paralela a la quinta costilla, fue a salir a pocos centímetros de la primera herida. Y antes de que Comminges pudiese poner de nuevo su espada en guardia, Mergy le hirió en la cabeza con la daga tan violentamente, que perdió el equilibrio y cayó a tierra. Comminges vino al suelo simultáneamente y los dos padrinos les creyeron muertos.Bernardo se levantó en seguida, y su primer impulso fue recoger su espada, que se le había escapado en la caída... Comminges no se movía... Beville acudió en su socorro y le encontró con el rostro todo cubierto de sangre. Al atajarla vio que la daga había penetrado en un ojo y que su amigo murió instantáneamente, pues que el hierro le debió llegar hasta el cerebro.Mergy contempló el cadáver, un poco turbado.-Estás herido, Bernardo -dijo el capitán, yendo a su socorro.-¿Herido?Y advirtió entonces por primera vez que su camisa estaba ensangrentada.-No es nada -dijo el capitán-. La estocada ha resbalado.Y restañó la sangre con un pañuelo, pidiendo también el de Beville para acabar la cura. Beville dejó caer en la hierba el cuerpo del espadachín y entregó su pañuelo en el acto, así como el de Comminges, recogido del justillo.-¡Pardiez, amigo! ¡Vaya un golpe! ¡Por mi vida! ¿Qué van a hacer los «refinados» de París si de provincias empiezan a venir muchos jóvenes de vuestra fortaleza? Decidme: ¿Cuántos duelos habéis tenido ya?-Éste es el primero -respondió Mergy-. Pero, en nombre de Dios, id a socorrer a vuestro amigo.-Tal como le habéis dejado, no tiene necesidad de socorros; la daga ha entrado hasta el cerebro, y el golpe ha sido tan bueno y con tal fuerza descargado, que... Mirad su ceja y su mejilla; la cazoleta de la daga ha quedado marcada como un sello en la cera.Mergy sintió un gran temblor en todos sus miembros, y gruesas lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.Beville recogió la daga y empezó a observar con gran atención la sangre que llenaba las estrías.-He aquí un instrumento -dijo- a quien el hermano menor de Comminges deberá algo importante. Esta hermosa daga le hace heredero de una soberbia fortuna.-Vámonos... ¡Llevadme de aquí! -dijo Mergy con voz emocionada, agarrándose al brazo de Jorge.-No te aflijas tanto -contestó, mientras le ayudaba a ponerse de nuevo el justillo-. Después de todo, el hombre que ha muerto no era digno de que se le llore.-¡Pobre Comminges! -exclamó Mergy-. ¡Y decir que te ha matado un hombre que se bate por vez primera, a ti que contabas cerca de cien desafíos! ¡Pobre Comminges!Tal fue el fin de su oración fúnebre.Al echar una última mirada sobre su amigo, Beville advirtió el reloj del difunto, suspendido sobre el cuello, según la moda de entonces.-¡Pardiez! -exclamó-. Ya no tienes necesidad de saber la hora.Y recogiendo el reloj se lo metió en el bolsillo mientras hacía observar que el hermano de Comminges iba a ser suficientemente rico y que él quería conservar un recuerdo de su amigo.Y como viera alejarse a los dos hermanos, exclamó mientras se ponía el justillo con mucha prisa:-¡Aguardadme! ¡Eh, caballero de Mergy! ¡Que os olvidáis de vuestra daga! Al menos, no dejarla perder.Y limpiando la hoja con la camisa del muerto, corrió a reunirse con el joven duelista.-Consolaos, querido -le dijo cuando entraban en la lancha-. No pongáis esa cara afligida. Creedme. En vez de esas lamentaciones, id hoy mismo a casa de vuestra amada y dedicaros a una tarea que, dentro de nueve meses, proporcione a la república un ciudadano, que será compensación ante vuestra conciencia del que acabáis de matar. De todas maneras, el mundo poco habrá perdido con lo que habéis hecho... Vamos, barquero, rema como si fueses a ganar por ello una buena propina... Mirad esos hombres con alabardas que avanzan hacia nosotros... Son los alguaciles que regresan de la torre de Nesle, y no nos conviene encontrarnos con ellos.
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Que sea de su agrado y espero comentarios.[1] Este supuesto de Mérimée me parece arbitrario, pues los desafíos en España fueron individuales hasta el siglo XIX, en que empezó la costumbre del duelo con testigos pasivos.-N. del T.[2] Batir el hierro, y directo al cuerpo. Tal es la frase con que se designa en la actualidad el golpe por los maestros españoles.-N. del T.