jueves, 24 de septiembre de 2009

ARAMIS SE DESCOMPONE (anécdota graciosa)

En el libro de Sandras, que utilizó Dumas en su inspiración para escribir Los Tres Mosqueteros, aparece este gracioso duelo, en el que D'Artagnan llevó a Aramis como padrino.


La reina me recibió magníficamente. Me preguntó si había visto al rey, su esposo y a los príncipes, sus hijos; luego me interrogó sobre lo que pensaba de ese país. Aunque estuviesen con ella dos o tres hidalgos ingleses y cinco o seis inglesas, cuya belleza merecía más consideración de mi parte, contesté sin la menor vacilación, que Inglaterra me parecía el más hermoso país del mundo, pero abitado por gente tan malvada, que siempre preferiría cualquier otra morada, aunque fuera entre los osos; que en efecto, debía ser un pueblo de gente más feroz que esos animales, para atreverse a hacer la guerra a su rey y pedirle que alejase a una princesa tan llena de encantos, que sólo podría hacer sus delicias.

No sé si mi discurso fue de su agrado, pero con seguridad no lo fue de uno de los ingleses que estaba presente. Éste se llamaba Cox, y al día siguiente me envió a otro inglés, con la misión de decirme que tenía deseos de verme espada en mano detrás de los Chartreux.[1] Le pedí una hora de tiempo para buscar a algún amigo que me sirviera de segundo. Cuando salía en busca del mismo, me encontré con otro inglés, el que me entregó una nota, que contenía mensaje muy diferente. He aquí lo que decía ese billete:

"Estaba junto a la reina cuando dijisteis cosas tan descomedidas sobre mi país. Después de mucho cavilar sobre la mejor manera de vengarme, no he encontrado mejor manera de lograrlo, que rogaros vengáis a verme. El portador os dirá dónde encontrarme. Veremos allí si es cierto que preferiríais mejor vivir entre los osos que con personas de mi nación."

Jamás hombre alguno quedó más sorprendido que yo. En verdad, entendía perfectamente cuanto quería significar ese billete, pero como eran varias las inglesas que estaban presentes cuando profiriera el discurso que ésta me reprochaba, no atinaba a discernir a cuál de ellas debía esa invitación. Sin embargo, como todas me habían parecido hermosas, de cualquier modo caería parado. El inglés, a mi requerimiento respondió que podría verla en el mismo hotel donde estaba alojada la reina de Inglaterra, y que no tenía más que preguntar por Milady.

De muy buena gana me hubiera dispensado del duelo con el inglés, para poder atender este otro asunto que tanto comenzaba interesarme; pero como por desgracia, no podía hacerlo sin mengua para mi reputación, me encaminé hacia el Hotel de los Mosqueteros, dispuesto a llevar conmigo al primero de los tres hermanos que encontrara. Solamente hallé a Aramis, que había tomado una medicina. Athos y Porthos habían salido temprano, sin decide dónde habían ido. Esto no dejó de contrariarme, pues la falta de tiempo me apremiaba. Adivinando lo que pretendía de sus hermanos, Aramis, tomando sus ropas me dijo, que por un remedio de más o de menos en el cuerpo, no me dejaría en situación desairada y que supliría su ausencia.

Sin embargo, sabiendo lo perjudicial que resultaría para su salud si llegaba a tomar frío, yo no quería permitir que se expusiera a ese peligro. No hizo el menor caso de mi objeción y nos encaminamos hacia el lugar donde nos había citado el inglés, quien aún no había llegado, como tampoco su amigo, haciéndose esperar más de media hora. Por fin aparecieron a lo largo de los muros del Luxemburgo, que están fuera de la ciudad.

Yendo hacia ellos, Aramis sintió algunos cólicos. Hubiera deseado detenerse unos instantes, si ello hubiera sido posible sin desmedro de su honor, pero temía que interpretasen mal una necesidad, cuya causa no conocían. Le dije que obedecía a escrúpulos excesivos y muy inoportunos, ya que su valor era conocido en demasía, y que además yo podía certificar en qué estado le había encontrado, cuando a pesar de todo había insistido en prestarme su ayuda.

Cuando nos encontramos, nos revisamos mutuamente para evitar toda superchería. En efecto, unos falsos valientes hacía poco que, habiéndose provisto de cotas de malla, impunemente se habían abalanzado sobre sus desprevenidos adversarios, logrando una artera ventaja. Nada encontramos que no fuera correcto. Sin embargo, el que debía batirse con Aramis, tanteando minuciosamente a Aramis, cuyos cólicos lo apremiaban al extremo de hacerle cambiar de color, le observó el rostro con irónica curiosidad. Vano como casi todos los de su país, sospechó que lo que tenía Aramis era miedo. No dudó más de lo que sus ojos le sugerían, cuando se expandió un olor bastante desagradable, que le obligó a taparse la nariz. Dijo a Aramis que temblaba demasiado pronto y que si por el hecho de tantearlo solamente con la mano, se ponía en la forma que se veía y olía, qué le ocurriría cuando lo tantease con la punta de la espada.

Aramis, apremiado cada vez más por su malestar, resolvió dar alivio a sus desdichadas entrañas. El inglés que tenía buen olfato, retrocedió velozmente con el temor de quedar envenenado, pero inmediatamente se vio obligado a abandonar toda precaución debida a esa causa: Aramis se le fue encima espada en mano dispuesto a no darle tregua, por lo que el inglés sólo pensó en defenderse, pero lo hacía tan mal, y retrocediendo tan rápidamente que Aramis tenía dificultad para alcanzado. A modo de desquite, Aramis le preguntó entonces, cuál de los dos era el que más temor tenía. Diciendo esto, lo apremió de cerca ya, y le suministró una buena estocada.

En lo que se refería a su camarada, cumplía mejor su deber para conmigo. Ya le había aplicado dos estocadas, una en un brazo y otra en un muslo y habiendo logrado desarmarle mediante un pase ligado, le coloqué la punta de mi espada sobre el abdomen y le obligue a pedir cuartel. El otro rindió su espada a Aramis, presentándole sus excusas por cualquier expresión descomedida que hubiera tenido. Aramis lo excusó de buen grado. Ambos ingleses se retiraron sin reclamar sus armas, que de buena gana les hubiéramos devuelto; Aramis penetró en la primera casa que encontró al llegar al arrabal Saint-Jacques, donde hizo encender un buen fuego a fin de cambiar de ropa interior, después que hube adquirido una camisa y un calzoncillo en la primer lencería que encontré.

Lo conduje a su alojamiento, dejándole de inmediato para encaminarme al hotel de la reina de Inglaterra y tratar de ver a Milady.


[1] Los Chartreux estaban detrás del Luxemburgo, es decir fuera de París en esa época, próximo a la actual clínica Tarnier. Sitio elegido por muchos caballeros para batirse a duelo.

7 comentarios:

Diana de Méridor dijo...

Nada como una buena historia de mosqueteros, monsieur.
Aun continuan haciendome la misma ilusion que en mi infancia.

Buenas noches

Bisous

Ccasconm dijo...

Jajaja, caballeros olorosos y con apretones, jajaja. Me lo he pasado genial leyéndolo y no crea que ha dañado para nada mi visión de los mosqueteros. Creo que eran así, chistosos, naturales, desenfadados y "pedorros", jajaja. Muy bueno lo de cambiarse la "muda", que dirían mi pueblo.

Un beso

Dubois dijo...

Sobre todo el ir a un compromiso en las condisiones que fue Aramis, y claro, la poca vergüenza de entonces para largar los intestinos y continuar como si nada pasara.

Meli dijo...

Hola Armand,si que son graciosos esos caballeros y un poco faltos de higiene no? jaja, te cuento que mis clases de teatro van muy bien y que en diciembre presentamos una obrita de Cibrian-Malher,se llama,Alondra y mi papel me gusta mucho, estoy bien y bien con mis estudios del cole e ingles ya me falta un año y me recibo de profe en la cultural y sigo batiendome a duele con el agua ya que desde muy chiquita practico natación.
Besos Armand.

Atenea dijo...

Hola Dubois!

Vaya con el nacionalismo, jejeje, pensar que el duelo se produjo por hablar mal de los ingleses, como diriamos aqui, a ese inglés le "faltó correa", jajaja.

Un placer volver a leer sobre los duelos, ahora me voy a leer tu post anterior que me ha intrigado el título :D

Un abrazo!

Dubois dijo...

Meli, gracias por recibir tus comentarios, y que bueno que vayas avanzando en el teatro.
Hola Atenea!!! Te has cambiado el nombre, aunque no de diosa, verdad???
Un placer volver a tenerte aquí. Besos

@emilicaty dijo...

Excelente me encanto tu blog pero no encuentro tu sitio web.
Amo a Aramís,es más me hago llamar la reencarnación de el en mujer.