lunes, 13 de abril de 2009

SEGUNDO DUELO ENTRE D'HUBERT Y FERAUD

Este fragmento pertenece a la obra de Joseph Conrad, “El Duelo”, llevado al cine por Ridley Scott en el film “Los Duelistas”. Los protagonistas son dos oficiales de caballería del ejercito de Napoleón, los tenientes D’Hubert y Fraud. La historia surge a partir de un entredicho entre ambos oficiales (no lo diré para quienes quieran leer el libro) que genera un primer duelo entre ambos. La necedad de ambos los lleva a batirse en numerosas oportunidades, mientras la historia se sigue desarrollando en Europa, y el fragmento aquí trascripto es el segundo encuentro entre ellos (el primero formal, con padrinos, desafío previo, lugar del encuentro, etc.). El encuentro es breve, próximamente transcribiré otro de los duelos, mas prolongado y más violento.

En la película de Scott este es el segundo duelo:

http://www.youtube.com/watch?v=SCuuH6sKNbw&feature=related


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Pero la investigación no se llevó a cabo. En cambio, el ejército salió a campaña. Puesto en libertad sin mayores observaciones, el teniente D'Hubert volvió a hacerse cargo de sus tareas militares, mientras el teniente Feraud, con su brazo recién libre del cabestrillo y sin haber sido interrogado, cabalgó a la cabeza de su escuadrón para terminar su convalecencia en el humo de los campos de batalla y al aire fresco de los vivaques nocturnos. Este vigorizante tratamiento le sentó tan bien que, al primer rumor de la firma de un armisticio, giraron inmediatamente sus pensa­mientos en torno a su contienda privada.
Esta vez tendría qué ser un duelo ajustado a todas las reglas. Envió dos amigos a presen­tarse ante el teniente D'Hubert, que se encontra­ba con su regimiento a escasas millas de distan­cia. Estos amigos no hicieron preguntas a su apadrinado. "Me debe una ese bello oficialito", había dicho Feraud, sombríamente; y ellos se marcharon muy contentos a cumplir con su mi­sión. El teniente D'Hubert no tuvo dificultad en encontrar dos amigos igualmente discretos y leales.
—Hay un individuo a quien tengo que dar una lección —había declarado él escuetamente, y ellos se consideraran satisfechos con esta expli­cación.
Bajo estos pretextos se convino un duelo a espada, debiendo llevarse a cabo, al alba, en un campo apropiado. A la tercera arremetida, el te­niente D'Hubert se encontró tendido sobre la hierba húmeda de rocío, con una herida en el costado. A su izquierda se extendía un paisaje de prados y bosques, iluminado por un sol apacible. Un cirujano no, el flautista, esta vez, sino otro ­se inclinaba sobre él y palpaba la herida.
—Una buena estocada. Pero no será grave. El teniente D'Hubert escuchó estas palabras con placer. Sentado en la hierba húmeda y sos­teniéndole la cabeza sobre las rodillas, uno de sus padrinos dijo:
—Los azares de la guerra, mon pauvre vieux. ¿Qué le parece? ¿No cree conveniente hacer las paces como un hombre sensato? Sea razonable.
—No sabe usted lo que pide —murmuró el teniente D'Hubert, con voz débil—. Sin embargo, si él...
Al otro extremo del prado los padrinos del teniente Feraud le insistían para que fuera a es­trechar la mano de su adversario.
—Ya se ha pagado usted como lo deseaba..., que diable! Es lo único que le queda por hacer. Ese D'Hubert es un tipo decente.
—Conozco bien la decencia de estos favoritos de los generales -murmuró el teniente Feraud, con los dientes apretados, y la sombría expresión de su rostro desalentó toda insistencia a concer­tar la reconciliación. Saludándose desde cierta distancia, los padrinos condujeron a los duelistas fuera del campo. El teniente D'Hubert, muy esti­mado entre sus compañeros por su gran valor unido a un carácter franco y siempre parejo, fue muy visitado aquella tarde. Se observó que el te­niente Feraud no frecuentó, como era costumbre, los lugares donde sus amigos pudieran darle sus felicitaciones. No le habrían faltado, pues él tam­bién era querido por la exuberancia de su natu­raleza meridional y la sencillez de su carácter. En todos los sitios donde los oficiales tenían costum­bre de reunirse al final del día, el duelo de aque­lla mañana fue comentado bajo diversos aspectos. Aunque el teniente D'Hubert resultó herido esta vez, su juego de esgrima fue notable. Nadie podía negar que fuera muy arriesgado y científico. Llegó a decirse que había sido herido sólo porque de­seaba manifiestamente hacer gracia a su adver­sario. Pero muchos opinaban que el vigor y el empuje de los ataques del teniente Feraud eran irresistibles.
Los méritos de ambos oficiales como esgri­mistas eran francamente discutidos, pero su ac­titud reciproca después del duelo fue comentada apenas y con la mayor prudencia. Eran irrecon­ciliables, lo que resultaba por demás lamentable. Pero al fin y al cabo, ellos sabían mejor que na­die la forma en que debían cuidar de su honor. No era una cuestión en la que debieran entrometerse demasiado sus compañeros. En cuanto al origen de la querella, la impresión general era que se remontaba a los tiempos en que ambos estaban de guarnición en Estrasburgo. Al oír esto, el cirujano flautista sacudió la cabeza. El creía posi­tivamente que databa de más larga fecha.
—Pero, por supuesto, usted debe saberlo todo —exclamaron varias voces, ávidas de curiosidad—. ¿Qué fue lo que sucedió?
Lentamente el doctor apartó la vista de su copa.
—Aunque lo supiera todo, no podéis esperar que os lo diga cuando los dos protagonistas del incidente prefieren guardar su secreto.
Se levantó y se marchó, dejando tras sí una honda sensación de misterio. No podía quedarse allí más rato, pues ya se acercaba la hora mágica de su musical sola.
—Es evidente que tiene los labios sellados —observó solemnemente un oficial muy joven cuando se hubo marchado el médico.

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Como vemos, el asunto era por demás serio, y aunque el lector sepa como surgió la historia, no ocurría lo mismo para los compañeros de armas de estos oficiales.
Ojala guste el tema y lo comentemos.
Saludos

jueves, 2 de abril de 2009

LOS DUELOS EN FRANCIA


El siguiente texto es extraído de http://www.esgrima-futuro.com/ y me parece interesante para aprender un poco mas.

A finales del siglo XV- principios del XIV en Francia prevalece la esgrima en forma de duelos, o sea los duelos a fin de defender el honor. Los duelos invadieron a toda Europa, pero fueron más difundidos en Francia. Se conoce un hecho histórico: en 1526 el emperador del Santo imperio romano, Carlos V, dijo que el rey francés Francisco I fue un deshonroso. Para poner en su lugar al insultador el rey lo desafió al duelo. A pesar de que el asunto no tuvo consecuencias, el prestigio de los duelos en Francia había subido desmesuradamente. Precisamente durante el reinado de Francisco I había más duelos que nunca, lo que confirman los registros de Paris, demostrando en el transcurso de varios años que cada segundo duelo terminaba con la muerte de los dos duelistas.
Vladislav Petrov en su obra “El duelo ruso” presenta los siguientes datos: el número total de los duelos en Francia en algunos años alcanzaba 20 mil. Había que poner fin a ello y empezaron a prohibir los duelos. Según los registros el último duelo en Francia tuvo lugar el 10 de julio de 1547 en presencia del rey Henri II. Pero en la realidad esta fecha dio el inicio a los duelos clandestinos. El morir por causa del duelo se respetaba y se valoraba mucho. El pueblo creó la imagen del héroe-duelista valiente, bailando la danza de muerte y muriéndose con el arma en las manos y con la cabeza erguida. En sus novelas Alexander Dumas describe los duelos innumerables entre los mosqueteros del rey y los oficiales de la guardia del cardinal Richelieu, aunque en la época del último estaban prohibidos los duelos. Entre los años 1608 y 1723 fueron aprobados al menos 8 decretos reales prohibiendo los duelos, pero no tenían ningún resultado. En 1837 habían adoptado una medida más severa: se libró el decreto que consideraba al duelo como el intento del homicidio y, consecuentemente, como el crimen punible. Esta medida debería intimidar a los duelistas. Sin embargo, la tradición fue tan respetable que a menudo las sentencias de jueces eran absolutorias