jueves, 26 de febrero de 2009

LA CONDESA DIANA Y EL DUELO ENTRE SU AMANTE COMINGIES CON MERGY, SU SUCESOR

Según la encuesta, los duelos por una mujer son los que mas gustan. Este pertenece a la misma novela que el relato anterior.

Este enlace, de una escuela de esgrima de España, recreado en la realidad, me hace pensar como debe haber sido este duelo, en este caso fatal, que enfrentó a dos caballeros por el amor de una condesa.

http://www.youtube.com/watch?v=LIsH2Q6ql7E&feature=PlayList&p=0F53E5002D2FE727&index=0

Mergy es un caballero hugonote, quien llega a París y se encuentra con su hermano, convertido al catolicismo, todo esto en medio de la guerra entre católicos y protestantes.En París conoce a Diana, condesa de Turgis. Tanto Mergy como Diana simpatizan a primera vista, pero la condesa tiene en Comminges un amante muy celoso, el cual ya había dado muerte a dos de sus rivales, además de tener fama de excelente duelista.Cierto día, Diana aprovecha y deja caer un guante delante de Mergy para que éste lo levante, pero los nervios le juegan una mala pasada, y hacen que el joven quede quieto sin moverse, situación que aprovechó Comminges para levantar él mismo el guante, empujando a Mergy, provocación más que suficiente para un desafío.Mergy reta a Comminges y se citan en el Pré-aux-Clercs, lugar de París donde con frecuencia se batían a duelo.

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Al llegar a la ribera opuesta advirtieron otra barca que conducía a Comminges y al vizconde de Beville.-¡Hola! -exclamó este último-. ¿Eres tú o tu hermano a quien va a matar Comminges?Y al decir estas palabras abrazó a Jorge, riendo.El capitán y Comminges se saludaron con gravedad.-Caballero -dijo el capitán a Comminges en cuanto pudo desembarazarse de Beville-, creo que es mi deber realizar todavía un esfuerzo, a fin de impedir las consecuencias de una contienda que no está fundada en motivos que atenten realmente al honor. Estoy seguro que Beville unirá sus esfuerzos a los míos.Beville hizo un gesto negativo.-Mi hermano es muy joven -añadió Jorge- y carece de experiencia en la esgrima; por consecuencia, se halla más obligado que otro a mostrarse susceptible. Vos, caballero, tenéis una reputación bien ganada, y vuestro honor en nada desmerecería si reconocierais delante de nosotros que, por una equivocación...Comminges le interrumpió con una carcajada...-¡Es gracioso, querido capitán! ¿Creéis que soy un hombre que abandona al amanecer el lecho, en donde yace con su amada, y atraviesa el Sena para dar excusas a este mozalbete?-Olvidáis, caballero, que se trata de mi hermano, y le despreciáis...-Aunque fuera vuestro padre, ¿qué me importa? Me preocupa muy poco vuestra familia.-Pues, con vuestro permiso, recojo el guante dirigido a mi familia, y, como soy el hermano mayor, seré el primero en batirme con vos, si no os oponéis.-Perdonad, capitán. Estoy obligado, con arreglo a las leyes del duelo, a dar prioridad en el desafío al caballero que me ha provocado. Vuestro hermano tiene un derecho imprescriptible, como dicen en el Palacio de Justicia. Cuando concluya con él estaré a vuestras órdenes.-Es perfectamente justo -exclamó Beville-, y no permitiré que sea de otra manera.Mergy, sorprendido de lo largo del coloquio, se acercó a pasos lentos y llegó en el preciso instante en que su hermano colmaba de injurias a Comminges, llegando a llamarle cobarde, a lo que respondió fríamente:-Después de vuestro hermano me ocuparé de vos.Bernardo agarró a Jorge por el brazo.-¿Es así como me ayudas? -le dijo-. ¿Pretendes que delegue en ti el puesto que me corresponde?... Caballero -dijo, volviéndose hacia Comminges-, estoy a vuestras órdenes. Podemos empezar cuando gustéis.-En seguida -respondió el espadachín.-¡Admirable contestación! -dijo Beville, estrechando la mano de Mergy-. Si no tenemos el sentimiento de enterrarte en este campo, irás muy lejos, muchacho.Comminges se quitó el justillo y desabrochó las cintas de sus zapatos para demostrar que tenía el propósito de no retroceder ni un paso. Era una moda al uso de los duelistas profesionales. Mergy y Beville le imitaron; sólo el capitán permaneció sin quitarse ni la capa.-¿Qué haces, querido Jorge? ¿No sabes que tienes que batirte conmigo? -dijo Beville-. Ni tú ni yo somos de esos que, cruzados de brazos, dejan a sus amigos que combatan. Nosotros practicamos la costumbre de Andalucía[1].El capitán se encogió de hombros.-¿Pero supones que estoy de broma? Te juro por mi vida que tenemos que batirnos. ¡Que me lleve el diablo si no lo consigo!-Eres loco o tonto -dijo Jorge con frialdad.-¡Pardiez! Me darás cuenta de esas palabras, si no quieres obligarme a...Y llevó la mano a la espada, todavía en la vaina, en actitud airada y agresiva.-¿Lo quieres? -dijo el capitán-. Sea...Comminges, con una elegancia especial, desenvainó rápido la espada y arrojó a veinte pasos de distancia la vaina y el tahalí; Beville quiso imitarle; pero su arma se resistía a salir al llegar a la mitad de la hoja, lo que juzgó como una desventura y un presagio. Los dos hermanos desenvainaron también las espadas, aunque menos aparatosamente; también arrojaron las vainas que habrían podido estorbarles. Cada uno se colocó delante de su adversario con la espada desnuda en la mano derecha y la daga en la izquierda. Los cuatro hierros se cruzaron al mismo tiempo.Jorge, por cierta maniobra de esgrima que los maestros italianos llamaban entonces liscio di spada a cavare alla vita[2], y que consiste simultáneamente en oponer la fuerza a la habilidad, dominó a su adversario, el cual tuvo que soltar su espada, encontrándose en el pecho con la punta de la de su enemigo.Pero Jorge de Mergy bajó el arma.-Tienes menos fuerza que yo -dijo-; cesemos el combate... No esperes a que me encolerice.Beville se había puesto pálido al ver la espada del capitán que le rozaba el pecho. Algo confuso le tendió la mano, y los dos, después de arrojar sus armas a tierra, se volvieron impacientes para contemplar el combate de los importantes actores de esta escena.Mergy conservaba su sangre fría, dando muestras de bravura. Era ducho en la esgrima y tenía una fuerza corporal superior a la de Comminges, que, además, parecía resentido de las fatigas de la noche anterior. Durante algún tiempo se concretó tan sólo nuestro héroe a parar con una prudencia extrema, que olvidaba únicamente al avanzar Comminges; Bernardo, con gran vista, presentaba siempre a su enemigo la punta de su espada, y mientras se cubría el pecho con la daga. Esta resistencia inesperada irritó a Comminges. Se le vio palidecer; pero en un hombre valiente la palidez no indica sino un exceso de ira... Con gran furor y pericia redobló sus ataques... En uno nuevo batió con suma destreza la espada de Mergy, y se lanzó a fondo sobre su enemigo, el cual necesariamente hubiera perecido sin una circunstancia imprevista, casi milagrosa. La punta del acero tropezó con el pulido amuleto, y el arma resbaló, tomando una dirección oblicua, y, en vez de entrar en los pulmones, no atravesó más que la piel, y siguiendo una dirección paralela a la quinta costilla, fue a salir a pocos centímetros de la primera herida. Y antes de que Comminges pudiese poner de nuevo su espada en guardia, Mergy le hirió en la cabeza con la daga tan violentamente, que perdió el equilibrio y cayó a tierra. Comminges vino al suelo simultáneamente y los dos padrinos les creyeron muertos.Bernardo se levantó en seguida, y su primer impulso fue recoger su espada, que se le había escapado en la caída... Comminges no se movía... Beville acudió en su socorro y le encontró con el rostro todo cubierto de sangre. Al atajarla vio que la daga había penetrado en un ojo y que su amigo murió instantáneamente, pues que el hierro le debió llegar hasta el cerebro.Mergy contempló el cadáver, un poco turbado.-Estás herido, Bernardo -dijo el capitán, yendo a su socorro.-¿Herido?Y advirtió entonces por primera vez que su camisa estaba ensangrentada.-No es nada -dijo el capitán-. La estocada ha resbalado.Y restañó la sangre con un pañuelo, pidiendo también el de Beville para acabar la cura. Beville dejó caer en la hierba el cuerpo del espadachín y entregó su pañuelo en el acto, así como el de Comminges, recogido del justillo.-¡Pardiez, amigo! ¡Vaya un golpe! ¡Por mi vida! ¿Qué van a hacer los «refinados» de París si de provincias empiezan a venir muchos jóvenes de vuestra fortaleza? Decidme: ¿Cuántos duelos habéis tenido ya?-Éste es el primero -respondió Mergy-. Pero, en nombre de Dios, id a socorrer a vuestro amigo.-Tal como le habéis dejado, no tiene necesidad de socorros; la daga ha entrado hasta el cerebro, y el golpe ha sido tan bueno y con tal fuerza descargado, que... Mirad su ceja y su mejilla; la cazoleta de la daga ha quedado marcada como un sello en la cera.Mergy sintió un gran temblor en todos sus miembros, y gruesas lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.Beville recogió la daga y empezó a observar con gran atención la sangre que llenaba las estrías.-He aquí un instrumento -dijo- a quien el hermano menor de Comminges deberá algo importante. Esta hermosa daga le hace heredero de una soberbia fortuna.-Vámonos... ¡Llevadme de aquí! -dijo Mergy con voz emocionada, agarrándose al brazo de Jorge.-No te aflijas tanto -contestó, mientras le ayudaba a ponerse de nuevo el justillo-. Después de todo, el hombre que ha muerto no era digno de que se le llore.-¡Pobre Comminges! -exclamó Mergy-. ¡Y decir que te ha matado un hombre que se bate por vez primera, a ti que contabas cerca de cien desafíos! ¡Pobre Comminges!Tal fue el fin de su oración fúnebre.Al echar una última mirada sobre su amigo, Beville advirtió el reloj del difunto, suspendido sobre el cuello, según la moda de entonces.-¡Pardiez! -exclamó-. Ya no tienes necesidad de saber la hora.Y recogiendo el reloj se lo metió en el bolsillo mientras hacía observar que el hermano de Comminges iba a ser suficientemente rico y que él quería conservar un recuerdo de su amigo.Y como viera alejarse a los dos hermanos, exclamó mientras se ponía el justillo con mucha prisa:-¡Aguardadme! ¡Eh, caballero de Mergy! ¡Que os olvidáis de vuestra daga! Al menos, no dejarla perder.Y limpiando la hoja con la camisa del muerto, corrió a reunirse con el joven duelista.-Consolaos, querido -le dijo cuando entraban en la lancha-. No pongáis esa cara afligida. Creedme. En vez de esas lamentaciones, id hoy mismo a casa de vuestra amada y dedicaros a una tarea que, dentro de nueve meses, proporcione a la república un ciudadano, que será compensación ante vuestra conciencia del que acabáis de matar. De todas maneras, el mundo poco habrá perdido con lo que habéis hecho... Vamos, barquero, rema como si fueses a ganar por ello una buena propina... Mirad esos hombres con alabardas que avanzan hacia nosotros... Son los alguaciles que regresan de la torre de Nesle, y no nos conviene encontrarnos con ellos.
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Que sea de su agrado y espero comentarios.[1] Este supuesto de Mérimée me parece arbitrario, pues los desafíos en España fueron individuales hasta el siglo XIX, en que empezó la costumbre del duelo con testigos pasivos.-N. del T.[2] Batir el hierro, y directo al cuerpo. Tal es la frase con que se designa en la actualidad el golpe por los maestros españoles.-N. del T.



domingo, 8 de febrero de 2009

VANDREUIL SE BATE CON RHEINCY


Como vemos en la encuesta, ganan los duelos por causa de una mujer, como en este caso, de la novela Crónica el Reinado de Carlos I.

Dos hermanos, Bernardo y Jorge de Mergy, protestante el primero, y católico el segundo, en el contexto de la guerra civil en Francia, se encuentran después de mucho tiempo. Junto con un grupo de amigos de Jorge, concurren a una taberna donde de pronto surge una disputa entre dos del grupo. La causa es una mujer, y ahí se da la escena que sigue:
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La conversación se hizo cada vez más bulliciosa y Mergy se aprovechó del tumulto para hablar con su hermano, sin prestar atención a lo que pasaba a su alrededor. Pero al segundo plato les sacó de su aparte el rumor de una violenta disputa que acababa de estallar entre dos comensales.-¡Eso es falso! -gritaba el caballero de Rheincy.-¿Falso? -dijo Vandreuil.Y su rostro, que era de natural pálido, se puso como el de un cadáver.-Es la más virtuosa, la más santa de las mujeres -prosiguió el caballero.Vandreuil sonrió con amargura, encogiéndose de hombros. Todas las miradas estaban fijas en los autores de esta escena, y cada uno parecía querer esperar, en una neutralidad silenciosa, el resultado de la disputa.-¿De qué se trata, caballeros? ¿A qué viene ese alboroto? -preguntó el capitán, deseoso, según su costumbre, de oponerse a cualquier atentado contra la buena armonía.-Nuestro amigo Rheincy -respondió tranquilamente Beville- pretende que la señora de Sillery, de la cual se halla enamorado, es muy virtuosa, mientras que el barón afirma que es una cualquiera.Una carcajada general, que estalló al oír tales palabras, aumentó el furor de Rheincy, que miraba con los ojos inflamados de rabia a Vandreuil y Beville.-Puedo mostrar una carta -dijo el barón.-Te desafío a que lo hagas -gritó el caballero.-¡Bien! -dijo Vandreuil, con tono burlón y desdeñoso-. Voy a leer una de sus cartas a estos caballeros. Quizá conozcan su letra tan bien como yo, pues no tengo la pretensión de creerme el único hombre agraciado por sus billetitos y sus encantos. He aquí una carta que hoy mismo me ha enviado ella.Y empezó a escudriñar en sus bolsillos a la rebusca del billete.-¡Mientes! ¡Mientes!La mesa era muy ancha para que la mano del barón pudiera alcanzar a su contrario, que se hallaba enfrente de él.-¡Te haré pagar muy caro ese insulto! -gritó.Y, acompañando la acción a la palabra, le arrojó una botella a la cabeza. Rheincy pudo eludir el golpe, y, derribando la silla en su precipitación, corrió a descolgar su espada de la pared.Todos se levantaron; unos, para intervenir en la quimera, y la mayor parte, por la precaución de no estar muy cerca.-¡Deteneos! ¿Estáis locos? -exclamó Jorge, colocándose delante del barón, por tenerle más próximo-. ¿Se van a batir dos buenos amigos por una despreciable mujerzuela?-Una botella arrojada a la cabeza equivale a un bofetón -decía fríamente Beville-. ¡Vamos, caballeros! ¡A desenvainar las tizonas!-¡Hacer plaza! ¡Hacer plaza! ¡Y a pelear con limpieza! -gritaron casi todos los jóvenes.-¡Hala, Juanito!... Cierra la puerta -dijo indolentemente el hostelero, acostumbrado a presenciar escenas semejantes-. Si los arcabuceros del rey pasasen en este momento, interrumpirían a esos caballeros, y perjudicarían mi casa.-¿Pero vais a batiros en un comedor de hostería como si fuerais soldados borrachos? -prosiguió Jorge, deseoso de ganar tiempo-. Esperad al menos a mañana.-¿Hasta mañana?... Pues bien, sea -dijo Rheincy.E hizo ademán de envainar la espada.-¿Hay miedo, caballerito? -contestó Vandreuil.Rápido Rheincy, separando a cuantos obstruían su ataque, se lanzó sobre su enemigo. Los dos se acometieron con grande ímpetu; pero Vandreuil había tenido tiempo de arrollarse una servilleta al brazo izquierdo y se valía de ella, con mucha habilidad, para evitar los golpes de filo, mientras que Rheincy, el cual había olvidado tal precaución, se encontraba en situación desigual, y fue ligeramente herido en los primeros asaltos. Sin embargo, no dejaba de pelear con gran valentía. Llamó a sus lacayos y les pidió que le trajesen su daga; pero Beville los detuvo, manifestando que como Vandreuil carecía de ese arma, su adversario no podía, pues, usarla noblemente. Algunos amigos de Rheincy protestaron contra ello; cambiáronse palabras fuertes, y es seguro que el duelo habría concluido con un combate general si Vandrauil no se desembarazase a escape de su adversario, hiriéndole en el pecho con una estocada hábil y peligrosa. En el acto colocó un pie sobre la espada de Rheincy, para impedirle que la recogiera, y levantó la suya, con objeto de dar el golpe de gracia mortal, pues las costumbres de los desafíos permitían en aquel entonces atrocidad tan cobarde.-¡Herir a un enemigo desarmado! -exclamó Jorge.Y arrancó la espada al barón.La herida del caballero no era mortal; pero ya iba perdiendo mucha sangre. Se fue atajándola, lo mejor que se pudo, con las servilletas, mientras que el herido, con una risa forzada, decía entre dientes que el asunto no había terminado.